La mayoría de mujeres quieren una casa bonita, con un bonito jardín sobre el inmenso espacio libre de las flores, con una mascota corriendo contra aire y un niño irrumpiendo el espacio sonoro del silencio, mientras todos esperan impacientes la hora que los acerca al gran hombre.
El ideal perfecto que ha puesto la semilla indicada en el indicado óvulo.
Creación del árbol genealógico estupendo.
Quieren un hogar acogedor y, no está mal, quien en tiempos de guerra no busca la paz.
Sin embargo yo, de alguna forma que podría no entender, no sueño con eso y, no es por cuestión de humildad, por el contrario, fui muy ambiciosa a lo que en ensueños se refiere.
Simplemente no busco descendencia y, no es por odio a los niños, es por amor a ellos. Fue algo con lo que nunca logramos estar de acuerdo.
Me parece muy fastidiosa y fatigosa la vida en la tierra y, el cielo ya me ha cerrado sus puertas interminables veces.
Algunas mujeres sueñas con aspirar a muchos hombres.
Poseer el espectacular cuerpo perfecto.
El reflejo de las luces rebotándoles por todos los bordes y, está bien, es bueno aspirar a la admiración cuando se es bonita.
Sin embargo yo, tampoco anhelo a eso y, tampoco es por cuestión a carencia de vanidad, por el contrario, soy demasiado vanidosa, me veo en los espejos y me admiro un rato acá y allá.
No buscaba la admiración de muchos, sino el de uno solo, hace tanto que ya no sé nada de eso, hace mucho que le estoy huyendo.
Muchas mujeres desean muchas cosas, muchos hombres también lo hacen.
Y no está mal.
Es lo que la naturaleza nos demanda.
La reproducción y el aborrecimiento a la separatidad.
Sin embargo yo.
He dejado de desear cualquier cosa, objeto, persona y coyuntura.
Simplemente ya no me veo inmersa en la gran espera, “el gran eso”.
Puede que y, se deba a, que las circunstancias me mantienen pisando tierra fuerte y en las nubes he dejado de subirme para intentar ver desde abajo la posibilidad de entenderme.
Quizá, en algún momento soñé, quizá en alguna faceta me vi siendo la mujer prototipo.
Esperaron mucho de mí, a todos los decepcioné.
No soy más que una silueta que se pierde entre palabras en la madrugada mientras el mundo sueña en silencio y al amanecer resurgen con esa gran voluntad de alcanzar lo que sea a través de los granitos de gratitud que el alba les ofrece.
Sin embargo yo, hasta que la aurora canta y me doy cuenta de que hay que ir al trabajo a aparentar ser “la gran mujer independiente”. Pero esa gran mujer ficticia ya se ha cansado y su terquedad ensimismada me aprieta cada vez más la soga y, veme ahí, inmersa en mí sin lograr sacarme ni una sola palabra, propia y auténtica.
El arte se fue hace tiempo a dormir con Morfeo y me tiró de la cama.
Ahora duermo en la alfombra las noches que logro un poco solventar el sueño.
Pero la alfombra aguarda retazos por debajo de basura acumulada y los estorbos me hacen levantarme adolorida.
Del alma y tal vez del cuerpo.
Solo repito, solo repito viejos conflictos de gente muerta que murió sin siquiera resolver nada.
Mis más grandes héroes son polvo que en el aire se mecen.
Son nada.
Quizá, pienso, el mundo se perdió desde un principio y su fin es una cosa poco procesable.
¿Qué puedo esperar entonces?
Es cuando pongo la cafetera a echar a andar y me voy a dar una ducha larga mientras pienso en la mujer que deseaba ser hace un par de años.
Rebobinando cada específico momento que me condujo a ser un espectro de fantasma que solo aparenta existencia a través de movimientos y pláticas incoherentes.
Voy, tomo una toalla, seco mi piel mojada y la envuelvo en mi cuerpo desnudo; echo el café en una taza blanca y, mientras doy un sorbo maldigo el nombre de quienes me arrebataron los sueños y me volvieron esto.
Es una lista pequeña, pero demasiado penetrante que me repito día con día, de hecho, es mi nombre quien encabeza esa tediosa lista putrefacta causante de mis aflicciones.
Y me pregunto.
¿Dónde está la yo que solía perdonar cualquier destrozo, personal o ajeno?
¿Dónde se encuentra la yo amorosa que en las tardes escribía al viento frente a un campo minado de recuerdos?
Nunca soñé con ser la mujer de hogar, eso es un hecho, pero si con caminar despejados parajes.
Que el aire me reventara en la cara.
Escribir grandes ideales.
Conocer parques y niños correteando a las palomas que vuelan tan alto.
Ver la lluvia que gota a gota cae hasta mojar una ciudad completa.
Quería sentir el agua de los ríos cubriéndome los pies
Al mar desbocado y atascado bajo un sol vitaminado.
Todas quieren ser la sombra de un hombre bueno, atrapadas en el decir que detrás del éxito de un hombre está una mujer que lo apoya.
Yo, definitivamente nunca aspiré a ser parte de eso, una sombra, a lo que me refiero.
Comprendo ahora el hecho del deseo y, lo claustrofóbico que puede ser no alcanzarlo.
Más si ese deseo es la libertad de soñar a la puesta de un sol que abraza y no abrasa la piel hasta pulverizarla.
Quizá ya solo espero ser la mujer que serenamente busca que el día sea normal y eso signifique si bien no la gran felicidad, una serenidad que logre ponerle paz a esta guerra interna.
Mientras la música, que es ya lo único que me queda, recapitulé todo aquello que he perdido y me haga entender que aquello que se va jamás regresa, en lo que a inocencias se refiere.
La utopía no es más que una ilusión que solo de infantes se obtiene y a golpes fatídicos se pierde conforme una va envejeciendo y el amor se va acaba cuando la juventud se pierde y, la familia o bien se esparce, o bien se muere, mueren ensueños y placeres mientras pienso através de una ventana cuando afuera esta que llueve.
- Autor: AleQ (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 31 de mayo de 2024 a las 18:02
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 16
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, Dante Cruz Velez, Mauro Enrique Lopez Z.
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