Y de pronto, al cuarto día,
su pluma reveló,
las lágrimas ya no caían,
pero él aún no reía.
¿Qué puede hacer el autor desdichado?
A su musa perfecta,
en un escrito nunca enalteció, ahora,
con sus versos describe, su marcha perversa.
Dime, ¿de qué sirven entonces?
Aquellas noches de vigilia, donde nuestras almas se unían,
aquellas veces donde decías que por mí te preocupabas,
si me dejaste llorando con el alma desnuda.
¿De qué sirven entonces?
Las tardes donde juntábamos nuestros torsos y me besabas,
haciendo parecer que todo iba bien.
Quiero que me digas, ¿de qué sirve?
Toda la dopamina que liberé estando a tu lado,
si me dejaste en busca de ella, cual adicto a su cocaína.
Y es que es por ti, querida,
cuya ausencia quiero ahogar en la bebida.
Bien lo dijo el bueno de Mario:
“Mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo, ni sé con qué pretexto, por fin me necesites.”
Y ahora lo digo yo:
“Mi estrategia es amarte, esperarte y respetarte,
con toda la pasión de mis ventrículos,
hasta que mis válvulas se cansen, para que así,
no sé cómo, ni sé con qué pretexto,
por fin me necesites.”
Comentarios2
Bellas letras y exquisito poema
Un saludo
La esperanza es lo último que se debe perder.
Interesantes líneas.
Shalom, colega de la pluma
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