No sé bien cómo empezar a contar esta historia.
Se trata de mi admiración por la gente con alma de pueblo.
Siendo chicas, mi hermana y yo, íbamos a visitar familiares a Trenque Lauquen durante las vacaciones, y nuestros primos nos llevaban a jugar con sus amigos, ante quienes nos presentaban como las primas de Buenos Aires, como si fuera la gran cosa. A mí me daba un poquito de vergüenza , ya que no me sentía demasiado piola, como decía más de uno, por ser porteña. A veces sentía que era al revés.
Había mucho que aprender, como salir a la calle solos, aunque no estuviera el policía de la esquina, o ensillar un caballo y aprender a montarlo.
Con el tiempo, también hice amigos allá, con quienes no siempre coincidíamos, ya que algunos se habían ido a otro lado; nosotras no necesitábamos emigrar para poder estudiar, circunstancia que, por un lado era una ventaja, y por otro, nos quitaba la posibilidad de una gran experiencia.
Así y todo, nos manteníamos comunicados y compartíamos nuestras respectivas anécdotas.
Una de ellas es la de uno de mis amigos que estaba en la ciudad de La Plata.
Había ido a conocer el hipódromo con sus compañeros de pensión.
Como él era del campo, todos asumieron que tenía que conocer sobre caballos, convirtiéndolo en un instante en el referente de consulta sobre las aptitudes de tal o cual ejemplar, que luego elegirían para apostar lo poco que les quedaba a esa altura del mes.
Se ubicaron cerca del punto de largada para ver de cerca, junto al entusiasmo de toda la gente, el instante en que se abrieran las puertas de las gateras.
El caballo que era depositario de sus grandes ilusiones salió como disparado, ante el entusiasta griterío de los muchachos.
Esa algarabía se interrumpió casi inmediatamente, cuando el cuadrúpedo, haciendo un gran corcoveo, se deshizo hábilmente de la humana carga, dejando al jinete desparramado en la pista después de una espectacular acrobacia.
La creciente expresión de asombro se escuchó recorriendo las gradas, mientras las líneas de los rostros boquiabiertos descendían como en cámara lenta al tiempo en que se ponían todos de pie.
Mas, contrariamente a lo esperado, el elegido siguió corriendo, y el ánimo volvió a invadir a los cuatro amigos.
Con sorprendente velocidad, Brioso, que así se llamaba el caballo, llegó a la meta en primer lugar. Sin poder creer tanta suerte, se abrazaron entre gritos y saltos de alegría.
Tal su ignorancia respecto al evento y su sistema de apuestas, hasta enterarse de que, al caer el jockey, el caballo queda automáticamente descalificado.
Lo único que quedó ileso fue la reputación que adquirió mi amigo respecto a su conocimiento.
¡Qué gran aprendizaje! La viveza, que la gente del interior adjudica a los porteños, no es privativa de estos; por algo en otros países hablan de la viveza criolla, refiriéndose a los argentinos en general.
Todos somos ignorantes de algo y todos tenemos alguna habilidad que otros no.
Algunos la expresan con cierto aire de superioridad, y otros con su, no siempre humilde, amable tranquilidad.
¡Si supiéramos sumar, sería fantástico!
Miriam Venezia
25/05/2024
- Autor: Miriam Venezia (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de junio de 2024 a las 12:58
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 13
- Usuarios favoritos de este poema: alicia perez hernandez, José Valverde Yuste, lúdico, Classman, Marcos Reyes Fuentes
Comentarios1
Qué bueno tu relato Miriam Venezia. Un abrazo con la pluma del alma
Qué lindas palabras!! Muchas gracias José. Un abrazo!!
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