La sombra

Pedro Perez Vargas

Era pasado medio día, a juzgar por lo abrasador del sol y el calor que se sentía. A penas era posible respirar y el aire caliente se sentía sofocante. A pesar de que Pablito había iniciado su travesía a primeras horas de la mañana, cuando la luz del sol ni siquiera se había hecho visible, conociendo que el camino era largo y su destino estaba distante, sabía que aún le faltaba mucho por caminar. Ese día no había pronunciado palabras, pues no se había encontrado con nadie en el camino.  Parecía ser la única persona viviente en aquel vasto campo desolado que poco le faltaba para ser un desierto. Sin embargo, no sentía la soledad y se sentía siempre acompañado, ya que su sombra le seguía a cada paso. A medida que avanzaba el día, y el sol se colocaba sobre su frente, percibía que su sombra se iba haciendo cada vez más pequeña, hasta que se ubicó por completo debajo de sus zapatos polvorientos y sólo era posible verla cuando levantaba el pie y mientras lo mantenía levantado, desapareciendo al instante de volver a colocar el pie sobre la tierra. En ese momento, al mirar hacia su costado izquierdo, notó que justo a un metro de distancia se hallaba una segunda sombra, la cual, para ser sincero, estuvo siempre a su lado sin provocar en Pablito curiosidad alguna ya que en algún momento pensó que se trataba de su propia sombra. En este momento, al ver que su propia sombra había desaparecido debajo de sus pies, y ésta se encontraba integra a apenas un metro de distancia de su costado izquierdo, sintió curiosidad ya que sabía que él era la única persona en aquel camino solitario y no entendía por qué, si era medio día, y él estaba parado sobre su sombra, aquella sombra se mantenía invariable, acompañándolo a cada paso. No sintió miedo; más bien se sintió acompañado y por primera vez se sintió motivado a pronunciar palabras en todo el día.
- No sé quién eres ni qué haces aquí, a mi lado, sin embargo, tu silueta me parece conocida. He visto anteriormente tu forma de caminar y he visto otras veces algunos gestos que he podido percibir en ti, si es que puedo referirme a ti como si fueras una persona.  ¿Qué tiempo hace que me sigues?
-Te he seguido hace ya veinte años y nunca te he dejado solo. He visto como has crecido, he conocido tu miedo, tus temores. He sido testigo de tu llanto, cuando lloras a solas.  También he podido ver tus ojos brillar las pocas veces que has sonreído.  He sido testigo de tus éxitos y tus fracasos. Te he visto caer en más de una ocasión y me he sentido orgulloso cada vez que te has levantado.  Te ve visitado en tus sueños y he logrado  sentir tu corazón cada vez que sueñas conmigo.  He visto como los años ha hecho que cada día te parezca más a mí.  Es justo ese parecido que ha permitido que pienses que es tu propia sombra que te acompaña en el camino.
-Pero, puedes hablar... ¿Realmente te estoy escuchando o es que la deshidratación me está haciendo una mala jugada y me tiene alucinando?  Debo estar soñando, como otras veces, cuando he escuchado tu voz, y cuando te he visto venir a mí tantas veces en mis sueños.  Pero si estoy soñando, ¿por qué te siento tan real como si en efecto estuvieras aquí, a mi lado, hablando conmigo?
-Si soy real o no, sólo lo sabe tu corazón.  Eres tú quién me mantiene a tu lado, quien no me ha permitido ir. Hace tiempo que partí, pero sabía que había dejado un vacío en tu corazón, muchas interrogantes. Me fui y no tuvimos la oportunidad de hablar.  Sé que nunca entendiste lo ocurrido. Lo vi en tus ojos, mientras me alejaba, la noche de mi partida. Te dejé con los labios abiertos, justo en el momento en que intentaste decir algo que no logré llegar a escuchar.
-Pero hace más de veinte años que te fuiste. Dices que siempre has estado a mi lado. ¿Por qué nunca me di cuenta? ¿Por qué nunca te sentí? ¿Por qué has seguido a mi lado si nunca te hice saber que así lo sentía?
-Realmente la necesidad era mía.  Al verte crecer noté el enorme parecido entre nosotros; no sólo físicamente, sino internamente. Nunca sentí que me ignorabas.  Siempre te escuché cuando tu pensamiento hablaba conmigo.  Respondí cada una de tus preguntas y estoy seguro de que me escuchaste. En casi la totalidad de las ocasiones, no era necesario que yo te hablara porque te vi hacer las cosas como yo mismo lo había hecho. Estar a tu lado y verte seguir adelante me permitió continuar la vida que hace tantos años terminó.  He seguido viviendo en ti. He utilizado tus labios para decir muchas cosas. Tus ojos han llorado por mí.  Tus oídos me han escuchado.  He visto como disfrutas las cosas que he amado. He sentido tu corazón enamorado.  Te he visto amar a tus hijos como también te amé; también te he visto sufrir porque al igual que me pasó a mí, nunca has sabido decirle que los amas. Sin embargo, debo reconocer el valor que has tenido para renunciar a todo para velar por ellos. Quiero aprovechar la ocasión para pedirte perdón por no haber tenido el mismo valor que tú.

En éste momento Pablito sintió un nudo en la garganta y aunque hizo un gran esfuerzo, no pudo pronunciar palabras. Sólo una lágrima efímera intentó brotar de sus ojos, pero el inmenso calor hizo que se evaporara rápidamente.

  • Autor: Pedro Pérez Vargas (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 13 de junio de 2024 a las 19:31
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 8
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