Cuentos cruzados

Tomas Tomenos



Tras completar su entrenamiento, Lastimero abandonó el templo budista en busca de nuevas experiencias.

5 años habían transcurrido desde su llegada, y desde un primer momento, tanto el maestro como el resto de monjes, viendo su determinación por permanecer en el monasterio, lo acogieron como un miembro más del círculo espiritual, y lo llevaron a una sala donde cuidaban de  pareja de tigres de Bengala, animales sagrados para la filosofía budista, representando para ellos la compasión y la generosidad. Al ver a semejantes gatos gigantes, por un momento Lastimero se sintió como un chihuahua, y en lugar de compasión y generosidad, aquellas dos fieras le inspiraban un terror indescriptible. Los felinos se mostraron indiferentes ante su llegada y parecían estar bien alimentados, pero aún así, él no les quitaba el ojo de encima ni un instante. La tigresa se mostraba algo más cariñosa con él, lo que hacía que el macho se mostrase receloso, y Lastimero estaba convencido de que al mínimo descuido, éste se le iba a lanzar a la yugular, por lo que decidió mantenerse distante de ellos.

De cualquier modo, él no había hecho un viaje tan largo para socializar con los tigres, sino en busca del equilibrio espiritual que tanto necesitaba. A este efecto, permanecía durante todo el día junto a los monjes, siguiendo sus pasos e imitando sus gestos.

Como cualquier entrenamiento que se precie, los primeros días resultaron ser los más duros. Lo de permanecer durante largas horas, en pleno invierno, bajo una cascada, con sus gélidas aguas cayéndole en la cabeza, lo sumió en un infierno de continuas jaquecas, y en más de una ocasión estuvo a punto de tirar la toalla. Le llevó varios meses comprender que para evitar el dolor físico, necesitaría grandes dosis de meditación hasta lograr que su cuerpo fuese dominado por su mente , y para lograrlo, debía aprender a vaciarla de oscuros pensamientos que lo atormentaban, hasta conseguir dejarla en blanco y alcanzar un estado de meditación tal, que le permitieran evadirse de su parte física para entrar en perfecta comunión con el universo.

Empujado por una voluntad inquebrantable, Lastimero fue superando fases, y llegó a tejer una gran complicidad con el maestro del templo, hasta convertirse en su discípulo más aventajado. Entre ellos se forjó tal conexión,  que desarrollaron la capacidad de comunicarse mediante telepatía, y charlando con el pensamiento, Lastimero le hablaba de su ardua vida en la ciudad mientras el maestro le transmitía sus sabios consejos.

Todo era paz y armonía en la vida de Lastimero hasta que llegó la gran pandemia y la situación se volvió casi insostenible. La mayor parte del presupuesto para sufragar los gastos del templo provenían del turismo, y al desatarse la pandemia, dejaron de llegar los turistas y la escasez de financiación  hizo mella en el armonioso funcionamiento del monasterio. Para los monjes y Lastimero, acostumbrados a llevar una vida frugal y austera, no supuso un gran inconveniente. El mayor problema vino con los tigres, pues necesitaban 5 kilos de carne al día para alimentarse y ante la ausencia de ingresos, les tuvieron que reducir la ración a una tercera parte y Lastimero desconfiaba de dormir junto a dos tigres hambrientos. Con el paso de los meses y la consolidación del confinamiento a nivel mundial, la preocupación de Lastimero aumentó hasta el punto de no poder pegar ojo por temor a ser engullido mientras dormía. La pandemia pasó y las calmadas aguas volvieron a su cauce, pero fueron unos meses terribles para él.

Quitando ese contratiempo, los 5 años que había pasado en el templo le proporcionaron un beneficio, tanto físico como mental, inimaginable para él antes de su llegada. Un tiempo en el que había recobrado la vitalidad de su etapa como cachorro. El pelo estropajado con el que llegó, brillaba como nunca lo había hecho. En él ya no quedaba ni rastro de la rabia que había padecido en sus últimos meses en la ciudad, desapareciendo por completo la espuma de su hocico.

Pleno de vitalidad, aunque no sin cierta nostalgia, se alejó del monasterio pensando en regresar algún día a visitar a su maestro. Tan absorto en sus pensamientos iba en busca de nuevas aventuras, que al cruzar una carretera, no vio venir el peligro que se cernía sobre él. Tan solo le dio tiempo de escuchar el sonido de un claxon seguido de un chirrido ensordecedor, y apenas consiguió tirarse al asfalto pensando que había llegado su final.

La inercia del frenazo lo lanzó despedido de la litera y cuando despertó, se encontraba encima de la rubia. Abrazándose con fuerza al cuello de ella, el aprendiz de camionero abrió  los ojos y lo primero que pudo ver fue un cuello terso y estilizado. Siguió con la mirada el cuello en dirección ascendente y unos labios carnosos como la pulpa de un pomelo se abrieron para pronunciar unas palabras:

-Vaya, vaya... Al final mi compañero modoso va a resultar ser un amante apasionado. Jamás me habían abrazo con tanto ímpetu. A ver si te voy a tener que denunciar por acoso.

Él, sin captar la ironía, de un salto pasó al asiento del copiloto mientras se justificaba:

-¡Señorita, se puede saber qué le ocurre! Casi  me mata usted y encima me quiere denunciar...

Ella, lo miró con condescendencia antes de abrir la puerta y bajar del camión rápidamente. Se dirigió hacia la parte delantera y pudo ver a Lastimero temblando a unos centímetros del parachoques:

-Por esta vez te has salvado, perrito, pero debes tener cuidado porque ha faltado poco para que no lo cuentes. Pobrecillo, seguro que te han abandonado en medio de la carretera, ven conmigo y nos acompañas hasta que te busque un hogar.- Le dice a Lastimero mientras lo coge en brazos para subirlo al enorme vehículo... 

 

  • Autor: Tomas Tomenos (Online Online)
  • Publicado: 29 de junio de 2024 a las 19:33
  • Categoría: Sin clasificar
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