Esa soledad.

Federico Rivero Scarani

No había pastillas ni drogas

que la limpiaran de esa mancha pringosa

llamada soledad.

Ella sufría las horas encadenadas a su demacrado espíritu.

Pasaban las estaciones con tristeza

por los jardines de plomo de sus ensueños,

únicos consuelos que le eclipsaban

la sufrida soledad que ya era amiga.

Latía su corazón todavía joven

produciendo un eco de invierno

en la mansión escondida donde la tarde moría

entre sus manos pálidas.

Sola colgada del tiempo

bordaba una tela negra con lágrimas de vieja luna,

tan sola, tan bruma que fue fantasma de aguja

de la soledad del relojero.

 

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