REMEMBRANZA

ENRIQUE HORNA

Apareció resonando en los cálidos senderos de mi memoria y pronuncie:

 

Yo te veo con los ojos del afecto

Que mi oración te alcance

Hasta donde estes

La infausta soledad

Colgada del vacío

No te quite la voluntad

De viajar aferrada

A tu humilde corazón.

 

Ella tomo mis manos y respondió:

 

Levántate y continúa andando

Todo lo que emprendas

Hazlo con amor

Por más difícil que parezca

Se siempre agradecido

No te olvides de ayudar  

A quien lo necesite.

 

Era una voz tan maternal que me conmovió.

Su rostro casi el mismo como desde hace algunos años, sus arrugas apenas asomaban entre un discreto maquillaje.

Había transcurrido una década desde la última vez que nos encontramos.

Quería un buen amor para olvidar una pasión que la atormentaba, tal vez más bello que los ojos castaños de la noche. Tan alegre como el azar del cariño, muy valiente y decidido para no huir de lo verdadero.

 

Su mirada poseía la profundidad de las estrellas, una lagrima intrusa de dolor rodo por sus mejillas, un grito desesperado libero su angustia que transitaba de una esquina a la otra, pero volvió a su rato donde la serenidad comulgaba con la inocencia.

Las aves surcan el cielo, testificando la libertad del firmamento, observando como un capullo humano se abrazaba a la incansable brisa del tiempo, era ella aferrándose a la vida con sus alegrías y penas.

De pronto se quedó dormida acariciando la eternidad del silencio, sus ojos quedaron saciados con la aurora de lo invisible, su faz era la interminable fragancia de la ternura, la paz del más allá la acogía para que descanse bajo el eco de la eternidad.

 

EH                                                                                                       

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