Hay días en que me siento en la banqueta exterior del metro, solo para observar la rutina diaria del transeúnte y ver el trajín del tráfico vehicular.
Por raro que parezca, a veces acontecen cosas maravillosas, pequeños momentos que parecen utópicos: escenas de amor, discusiones leves y otras no tan leves, rompimientos amorosos... pasa un poco de todo. Pero, en realidad, pasan porque los he visto.
Por ejemplo, ayer mismo observé a una pareja de jóvenes que hablaban sobre algo. No pude escuchar lo que decían, pero parecían satisfechos el uno con el otro. El joven le hablaba mientras ella lo miraba con una atención casi solemne. No dejaba de mirarlo, aunque a su alrededor el ruido devoraba cualquier oído expuesto. Sin duda, el aire estaba plagado de ese romance que describen los libros de amor o las películas de Hollywood.
Yo seguía sentado, viendo a la joven pareja. Hacían gestos poco conocidos y se reían casi irónicamente, extasiados por la sensación del momento. Vi cómo el joven se acercó a ella y, presurosa, ella lo miró, esperando que en un beso él le arrancara las ganas de los labios. Él se acercó aún más y noté que la chica estaba nerviosa, pero no con miedo, porque se veía claro que ella ansiaba ese contacto. El chico, decidido, le robó un beso y ella se dejó llevar. Era fantástico aquel momento; sin duda, el tiempo se hizo ausente en esas breves caricias. No puedo negar que estaba absorto ante aquel juego de miradas, ante ese rompecabezas de pasión y deseos.
Después de unos minutos de morderse los labios y arañar las ansias, noté que la chica sacó el teléfono apresuradamente. Parecía que recibía una llamada. Ella tomó la llamada y, después de unos segundos, colgó.
Su rostro se tornó en preocupación. Noté que ella le dijo algo y el rostro del chico también cambió. Él la abrazó, pero esta vez no era como los anteriores; era un abrazo de "no te vayas". Ella lo abrazó con fuerza, como si se tratara de una despedida. Después de unos segundos de abrazos, ella le mostró el teléfono, aparentemente la hora, la hora que nadie quiere: la hora de la despedida.
El joven la miró y caminaron hasta la entrada del metro. Para mí, esa despedida fue tortuosa. Ella lo miró y el igual; ella lo abrazó y él le robó un último beso. Era una despedida forzada y sin acuerdos mutuos. Después de eso, los vi marcharse. Mientras ella bajaba las escaleras eléctricas, volvió la mirada hacia él, quien la despidió con un gesto de amor.
No creo que muchas personas me entiendan, pero creo que el metro es una especie de, atrapa adioses y de amores, de caricias que se congelan en el tiempo y de palabras que se sientan en las escaleras de la ausencia, tal vez esperando a algún transeúnte con ansias de una experiencia poco común.
No sé, creo que el metro es más que una estación de trenes; es un lugar donde pasa de todo y a todos, y solo algunos podemos presenciarlo.
- Autor: Naschbel (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 4 de agosto de 2024 a las 16:37
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 13
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
Comentarios1
Bonito algo reflexivas
Así es señor Tony
🫂 gracias
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