Ustedes deben orar de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, que tu nombre sea santificado. Que venga tu Reino. Que se haga tu voluntad” (Mat. 6:9, 10).

♥(¯`*•.¸♥millondurango♥¸.•*´¯)♥

 

En la vastedad del cielo y la tierra, un susurro se eleva,

un hilo de esperanza tejido en palabras sinceras.

Desde el corazón humano hasta el oído divino,

la oración es el puente que une lo mortal con lo eterno.

 

Como el incienso que en templos antiguos ardía,

cada plegaria es una fragancia que al cielo subía.

No es un rito, ni un eco vacío en la distancia,

es la voz del alma que busca en la fe su constancia.

 

En la quietud de la noche, cuando el mundo duerme,

hay quien eleva su voz, y en la oscuridad, se afirma.

Desde la cama de un hospital, donde el dolor impera,

o en la soledad de una celda, donde la esperanza espera.

 

No es en vano el privilegio de este sagrado encuentro,

donde el Creador escucha, más allá de todo templo.

Es un diálogo sagrado, un intercambio sin fronteras,

una comunión profunda que en el corazón se anida y espera.

 

El rey David lo sabía, y en sus salmos lo expresó,

con metáforas y cantos su devoción demostró.

"Que mi oración sea delante de ti como incienso preparado",

un deseo de que cada palabra a Dios sea agradable, honrado.

 

Así, cada oración se convierte en un acto de fe,

un reconocimiento de que no estamos solos, alguien nos ve.

Es un acto de humildad, de reconocer nuestra pequeñez,

ante la magnitud de quien formó las estrellas y su belleza.

 

Que nuestras voces sean melodías que en el viento flotan,

que nuestras súplicas sean puras, que nuestras almas brotan.

Que cada "Padre nuestro" sea más que una frase repetida,

que sea el reflejo de una vida a su voluntad rendida.

 

Que no olvidemos nunca este don tan precioso,

que podamos acercarnos a Jehová, el Padre amoroso.

Que en cada momento de angustia, de duda o de dolor,

recordemos que la oración es nuestro más grande honor.

 

Porque en la oración encontramos consuelo y guía,

una luz en la oscuridad, una compañía en la soledad.

Es el lenguaje del espíritu, es la fe que nos sostiene,

es la certeza de que, aunque solos, alguien nos contiene.

 

Que nuestras oraciones sean como el incienso de David,

preparadas con cuidado, ofrecidas con un corazón limpio.

Que sean un reflejo de nuestro amor y nuestro respeto,

un puente hacia lo divino, un camino siempre abierto.

 

Que así sea siempre, en cada palabra, en cada silencio,

que nuestras oraciones sean el más sincero de los versos.

Que suban hasta el cielo, que alcancen al Creador,

y que en su amor infinito, encuentren respuesta y calor.

 

 

 

  • Autor: ஜீEl amor es un vinculo perfecto de uniónஜீ (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 9 de agosto de 2024 a las 06:30
  • Comentario del autor sobre el poema: Ustedes deben orar de esta manera: “Padre nuestro que estás en los cielos, que tu nombre sea santificado. Que venga tu Reino. Que se haga tu voluntad” (Mat. 6:9, 10). El Creador del cielo y la Tierra nos ha concedido un honor extraordinario: podemos comunicarnos con él mediante la oración. Pensemos en lo que esto implica. Podemos abrirle nuestro corazón a Jehová en cualquier momento y en cualquier idioma. Podemos orarle a nuestro cariñoso Padre desde la cama de un hospital o desde la celda de una prisión con la certeza de que él nos escuchará. ¿Verdad que no damos por sentado este inmenso privilegio? Para el rey David, la oración era todo un privilegio. En una canción le dijo a Jehová: “Que mi oración sea delante de ti como incienso preparado” (Sal. 141:1, 2). En tiempos de David se utilizaba un incienso sagrado para adorar a Jehová, y los sacerdotes lo preparaban con mucho cuidado (Éx. 30:34, 35). Por lo visto, al hablar del incienso, David quería decir que pensaría bien en lo que iba a decirle a su Padre celestial en sus oraciones. Y nosotros deseamos hacer lo mismo, pues queremos que nuestras oraciones complazcan a Jehová. w22.07 20 párrs. 1, 2; 21 párr. 4 Examinemos 2024
  • Categoría: Espiritual
  • Lecturas: 13
  • Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.
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