La sorpresa de crecer

Otxamba Quérrimo



El Sol se despide con su puesta.
La noche, impaciente, se abalanza a por su puesto.
Entretanto, mientras llegan o no llegan a un acuerdo,
mi cabeza, inspirada, ¡por fin se acuerda!,
y, seducida por un pensamiento fornido y apuesto, 
reafirma que la vida es mi mejor apuesta.

¡Ay, la vida, tantas veces apagada,
que en errores ha pagado 
cada aprendizaje lo suficientemente caro
como para dar la cara!
¡Ay, la vida, que sigue arrojando los dados;
que, en las circunstancias dadas, 
me ha regalado casi una infancia cualquiera
para luego, de entre millones de sueños, preguntarme cuál quiero!
Y ahora que la belleza se crea,
ahora que de adultez me he contagiado (o eso creo), 
presumo, aun no estando graduado,  
de una vista graduada,
capaz de profundizar, a gran escala,
en los matices de los problemas que día a día escalo,
en los matices de las personas en las que reparas,
en los matices que el mundo nos revela sin reparos.
En otras palabras, ¡nadie dijo que crecer fuera a ser una pasada!
Nadie dijo que cada saber rescatado del pasado
conduce a verdecer la tierra, a proscribir la guerra, a sofocar el sida.
Nadie dijo que aquello que no ha sido
mañana puede ser una fantasía cumplida.
Nadie dijo cuánto se expresa a través de un inofensivo cumplido,
ni que la vida fluye junto a las acrobacias de los ríos,
ni que la felicidad consiste en que te rías.
Nadie dijo que haciendo
confeccionamos nuestras amistades, nuestro carácter y nuestra hacienda,
ni que leyendo 
forjamos nuestra propia leyenda,
ni que todo aquello que nos motiva
está supeditado al más extraordinario motivo,
ni siquiera que, en definitiva, 
ser mayor es algo decisivo, memorable y muy recomendable. Aunque definitivo.

Sin embargo,
no todo lo que la madurez embarga
es admiración hacia nuestro nuevo mundo morado,
ya que nuestro mundo también es morada
de corazones secos frente a pieles que con esmero hidratas,
de excesos de hidratos
frente a bocas olvidadas que anhelan un plato,
de listos que usurpan a otros la plata,
de listas repletas de ratas
que a ratos 
ultrajan a damas
y a ratos torean las penas que justamente les damos, 
de casos
que derrochan fortunas en coches, en drogas, en juergas, en joyas, en casas,
de cigarras
que conviven con cigarros,
de una igualdad maniatada a las colas del paro,
de un belicismo que exclusivamente se para 
para recubrir la vida de velos
y velas
inflamadas por el duelo
que desgarrarán el cielo hasta que a nuestros sentidos les duela…
¡Y sí! Por cada injusticia que ruge, por cada conflicto que trona,
la belleza del mundo se tambalea, ¡pero persiste en su trono!
Porque, en cierto modo, 
a pesar de que el «yoísmo», el «quejismo» y el «ridiculismo» estén de moda, 
a pesar de que nos burlemos de quien ora
mientras matamos por cada dosis de oro
que en los bolsillos de nuestros caprichos se asienta, 
a pesar de que la «tecnopatía» nos ancle al asiento,
el mundo no ha dejado de ser, ni por un instante, ese inmenso jardín de cuentos
que jamás pertenecerá ni a ideales, ni a banderas, ni a cuentas.
¿Quieres ver el mundo desde una perspectiva nueva?
¡Vístete de adulto y mira! Si no ves, ¡arriésgate a crecer de nuevo!
Pues, ¿acaso no es nuestro mundo el más suculento festín de pienso 
para cualquier animal que se vanaglorie de que piensa?
¡Menuda sorpresa entonces la que crecer nos brinda!
¡Por ella brindo!
¡Que no se diga que cuando la belleza con testimonios nos sitia
nuestra sensibilidad no sabe encontrarle sitio! 
A fin de cuentas, la dimensión del adulto es la del converso
que en silencio conversa,
la de la siembra de derechos
más allá de izquierdas y derechas,
la que nos permite sortear la dictadura del eros, 
construir quién eres o degustar la historia de todas las eras,
la que reconfigurará nuestro ánimo cada vez que la risa nos parta,
la que nos empuja a fascinarnos ante un parto 
o ante cualquier «gracias» que de los labios mana
cada vez que a un igual le tendemos la mano,
la de la certeza de que, quien ama,
jamás aceptará al egoísmo como amo,
la del peso de los añejos siglos,
la del enjambre de impenetrables siglas,
la que nos lleva a comprender que nadie de ser imperfecto se libra,
la que atestigua el milagro de poder volar a lomos de un libro…

Aun así, hay tanto que la adulterada vista no alcanza, tanto que no se ha dicho,
que me embriaga una súbita pero deliciosa dicha:
ni siquiera la adultez, en grado sumo,
podrá abarcar jamás la totalidad de sorpresas que el mundo a nuestras vidas suma. 
Además, el mundo sigue siendo uno.
¿No va siendo hora de que su belleza nos una?

 

Una forma más de ver el mundo (en un momento dado) (2024)

 

  • Autor: Otxamba Quérrimo (Offline Offline)
  • Publicado: 14 de agosto de 2024 a las 04:10
  • Comentario del autor sobre el poema: Sumario de ambigüedad postpubescente. | En mi corto recorrido por el mundo he podido distinguir a la perfección dos clases de optimismo, radicalmente diferentes uno respecto del otro. Uno, que censura las desgracias, como si no existieran siquiera. Y otro, que afila la mirada. Uno, bobalicón e ingenuo, que vive de espaldas a la realidad. Y otro, que carga la realidad a las espaldas, y aun así se esfuerza por disfrutar de su peso. Uno, que menosprecia la vida, banalizándolo todo con sonrisas superfluas. Y otro, que la realza, sonriendo a lo imposible. Puestos a ser optimistas, es relativamente sencillo deducir cuál es el que prefiero yo: el «otro». Frente a éste, tanto el optimismo ciego como el patetismo pesimista serían actitudes —o mejor dicho, interpretaciones teñidas de actos— fragmentarias, deficientes, deshonestas con uno mismo, siempre y cuando uno sea reacio al autoengaño. La alternancia entre sólo lo bueno o sólo lo malo nos enfangaría en el error. El optimismo ciego es un torpe analista de la realidad, incompetente, propenso a disparates indigestos. El patetismo pesimista, por su parte, "sólo nos deja ver las espinas en los rosales, la muerte en el hombre, la carne en el amor. Alimentados de pesimismo no vivimos la vida, la sufrimos. Todo lo malo de la vida se agiganta para el pesimista, y, además, lo bueno lo hace malo, precisamente porque de todo escoge su fachada negativa". En cambio, el optimismo que carga la realidad a las espaldas y aun así se esfuerza por disfrutar de su peso, el optimismo afilador de miradas y pensamientos, la forma que yo propongo de ver nuestro mundo, que no es ni ilusa, ni cándida, ni obcecada, se amolda mejor a su arrebatadora pero espeluznante desnudez. Es innegable que las cosas, en mayor o menor medida, ayer, hoy o mañana, no fueron, no van o no irán bien. Mismamente esta tarde habrá a quien se le haya escapado la vida de un ser querido entre los dedos. Habrá quien haya perdido recientemente su trabajo, aguillotinado por los recortes de la crisis. Habrá quien esté pasando penurias en las mismas entrañas de su hogar. Habrá quien. Y razones no les faltan, a ninguno de esos quienes, para que sus vidas hayan perdido su encanto, para que se estén marchitando. Sin embargo, una flor, aun marchitándose, no deja de ser una flor. Ésa es la filosofía de filántropos y mundano-creyentes, la razón de ser de este mensaje, el segundo tipo de optimismo que deberíamos despertar. ¿Y cómo se manifiesta? ¡De múltiples maneras! En mi caso, por ejemplo, en «La sorpresa de crecer». | «La sorpresa de crecer» es una manifestación del optimismo que, en vez de vivir de espaldas a la realidad, carga la realidad a las espaldas y, aun así, se esfuerza por disfrutar de su peso; es un canto de vida y esperanza; es una exaltación de la adultez. ¿Y por qué la he exaltado? Muy sencillo. Porque en el momento en el que te pones el traje de «adulto» —traje que mi padre seguro que piensa que aún me queda muy grande—, el mundo se torna maravillosamente colorido, el mundo se infesta con matices, el mundo abre ante ti una dimensión que hasta ahora no estaba a tu alcance: la que te permite profundizar en todo cuanto conforma tu vida (tanto para bien como para mal, pero profundizar). Creedme, eso ha sido, para mí, una más que grata sorpresa. ¿Significa acaso que menosprecio la infancia? No, ni mucho menos. Sencillamente, estoy descubriendo hasta qué punto ser mayor también mola. Y lo pienso firmemente: mola muchísimo. Con lo cual, y pese a todo, disfrutemos de ser adultos. (Los que lo seamos, claro). Yo os aseguro que lo voy a hacer. Lo estoy haciendo.
  • Categoría: Reflexión
  • Lecturas: 16
  • Usuarios favoritos de este poema: Antonio Pais
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