Escriben las voces que desgarran mi soledad

Ivette Urroz

Escriben las voces que desgarran mi soledad,
cada violeta del fuego nocturno hambrienta de bruma.
Cada suspiro tuyo, sellado por la angustia,
delinea una parábola ruinosa,
donde acepto la fragante geometría de un surco idolatrado,
oculto en un mundo de oscuro equilibrio.

He renunciado a las caricias acrisoladas de tu gentileza,
domesticado a los corceles cobardes que crucificaban nuestras ilusiones.
Eres el ladrido melancólico que transita por el vacío,
donde, tras las orejas caídas del sol, nuestras aventuras
se embriagan de mieles enloquecidas.

Mis rasgaduras solitarias se deslizan por las calles,
bajo la mirada de lunas dormidas,
cuyo hierro filosófico dispara a los cielos,
abatido por la muchedumbre del tiempo y telégrafos
que susurran dolores románticos.

La física implacable de las fiebres extintas proclama
la existencia de la arrogancia,
vestida con la corbata gutural del mediodía.
Acurrucada y contenta, esparzo
la cabellera del milenio, iluminada por ojos índigos y honorables.

La epopeya, endurecida por el consuelo del bronce,
nos encuentra temblando, jugando a la rayuela
en un equilibrio precario.
Curvas metafísicas descomponen la substancia y la forma,
en un agosto que se desmorona.

Émbolos ricos de fragmentos narran sus historias y dolencias,
intentando corregir, con un suspiro, las mentiras errabundas.

 

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