Hija del Sol

Valentin Von Harnicsh

Para tus ojos, 

Ora avellanados, 

Ora negros. 

Guardias del secreto, 

Del profundo anhelo

De tu mirada altiva, 

Con embuste de coplero;

Sin canciones aprendidas

Y con sinfonía de deseo. 

Para tus juguetones dedos

De tacto estratégico, 

De aterciopelado tanteo, 

Con suavidad de pluma

Y tizne, cada punta, de fuego;

Que acarician la mejilla

Y dibujan los ensueños. 

Para tu azabache cabellera

Mezcla de la plutónica noche, 

Vivaz y suelto al boreal devaneo, 

Con cada estrella del firmamento:

Donde el padre no alumbra

Y la madre es un paisaje eterno. 

Para tí, hija de Inti, ígnea mortal, 

Esencia de Mama Quilla, 

Hermana tu de la tierra viva, 

Valle fértil de dicha y placer a tu adorador, 

Vigorosa reina de la gloria imperfecta, 

Parda castellana de ancestrales vidas, 

Cacica y cautiva de las pasiones más fervientes, 

Adoración del cronista atento

Que recorre los caminos de tu cuerpo. 

Para tu morena piel, 

Fiel pergamino del amanuense, 

Trazo firme de la mano escritora, 

Mapa con feliz puerto seguro, 

Naturaleza profunda de tus firmes pechos

Y delicado detalle en cada curva y acceso. 

Para las perlas que por dentadura posees, 

Todas alineadas en adoración a tu padre, el Sol;

Resplandecen al manto de tu madre, la Luna;

Para tus atributos ocultos, 

Legendaria leyenda de gozo eterno, 

Justifican la obsesión del mítico Dorado:

Solo que este es la fuente eterna de la vida eterna, 

Y cada laguna que se forma en tu terrestre Edén

Con el dulce fluir de su sustancia por mi boca sedienta. 

Para todo tu ser, hidalga y noble morena:

Portas sangre de señores Incas, 

Parentesco de Chibchas y Emberas, 

Conocimiento arcano de la belleza, 

Punto común del Dios cristiano

Y los señores antiguos del cielo y la tierra, 

A ti, ardor del día y de la noche señora y dueña

A tu noble y divino linaje

A tus atributos, míticos y tan humanos

A tu grato error de ser una simple mortal

A ti, dejo como ofrenda, mi adoración:

Hacia tu cuerpo, calidades y alma, 

Hasta que me lleves a la morada eterna

Al lugar donde viniste

Para sembrar de placentera gracia

Mi mundo, como solemne profeta. 

 

 

 

 

 

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