Una manzana afable cruza las mañanas rabiosas de papel

Ivette Urroz

Una manzana afable cruza las mañanas rabiosas de papel.

El fuego resuena dorado en los huesos de las palmeras.

El sol emocionado llega exacto a asegurar mi desventura.

El curso de la vida dormita perdido en un silencio sin pretensión.

El cabello de la tristeza oye mi pulso de mi alma desolada.

En las balas del asombro la historia es meramente sollozante.

El tiempo es una enredadera póstuma con ojos color derrumbe.

Una noche misteriosa se desprende en la desgracia de la memoria.

El horizonte nebuloso corta su existencia en manteles largos y atropellos.

El anticonceptivo de la luna previene plenilunios declamatorios.

No al pagano que mantuvo secuestrado el sentimiento de una aurora.

Los aleros antiestéticos dentro de las ambiciones de la espuma sepulcral.

El rayo veloz que arrebató la intimidad hechiza de la lluvia del dulce riesgo.

La monotonía que da picotazos y agujerea el corazón de un reino tenebroso.

El espejismo de frutos prohibidos raya el espejo de los sueños aristocráticos.

Nunca la castidad se tropezó en el lenguaje de la pasión obscena de otoños.

El tizón de la ternura aspira la palabra de grises curiosidades encarceladas.

Camino sobre ondas azuladas en la diafanidad de un hálito reciclado.

Tatuajes de la niebla pronostican granizos suicidas en una copa invisible.

Un gladiolo es un monstruo lleno de azahares en sus manos virginales.

Un correo electrónico se descarga en la tormenta ciega de un monitor.

Y como las lacrimosas luchas vienen a peregrinar deshojadas en la poesía.

Y como la frase justiciera es un objeto con tufo de camión mercenario.

Y como la guitarra atrae alcobas en reposo que escupen sangre de escorpiones.

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