Fotocol

Alberto Escobar

 

 

 

El barco se va, 
llega uno a puerto
cuando el anterior 
va zarpando, sin cese, 
sin medida, eslabón
que sucede a otro eslabón,
cumbre que pareciendo
la última no es otra que una
que antecede a otra posterior,
pero yo, corto de vista, solo soy
capaz de sentir lo que ocurre
ahora, en este momento, y la vida,
mi fiel escudera, mi Sancha Panza,
me empuja hacia escondrijos
de cuyo paradero no me entero
hasta que no los tengo frente 
a la nariz —cortito de mí—. 
Un barco me anuncia por megafonía
que está pronto a partir, y me insta
a que me suba sobre su cubierta, 
a que, en plena popa, me coloque 
de frente a la brisa para beberla 
hasta su último sorbo, y gozar la sal
que de las aguas trasmina al aire. 
Me lo pienso, me seduce la idea, 
pregunto a mi escudera qué tal le parece,
espero su pensamiento, le pregunto
si guarda bajo la manga para mí algún
plan que supere a este, lo medita, me pone
cara de pensador de Rodin hasta pronunciar
la frase: "en la sección de planes para Alberto
no me viene nada que considere mejor", ipso
facto hago exigua maleta y subo por la rampa
hasta un fotocol donde me cosen a flashes. 
Del resto no me acuerdo, desperté de repente...

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