Ansiedad

Berta.



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Berta contemplaba el horizonte desde la ventana de su habitación, ese pequeño rincón donde las sombras danzaban al ritmo de una luz tenue. Las nubes pasaban perezosamente, como si también ellas cargaran con sus recuerdos. Nunca había sido una mujer de grandes impulsos ni arrebatos. En su vida, la cobardía había tejido una tela tan gruesa que la mantenía prisionera, a salvo, pero también muchas veces sola.
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La vida, pensaba, era un escenario donde todos jugaban sus papeles con valentía, mientras a ella la asfixiaban las dudas. Nunca tuve voluntad, murmuraba para sí misma, y un nudo se le formaba en la garganta al recordar aquellos momentos en que las oportunidades desfilaron frente a ella como espectros burlones.
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Desde adolescente, Berta había estado enamorada de Marcos, su amigo de toda la vida. Él era todo lo que ella deseaba: fuerte, apasionado, capaz de arriesgarse y vivir cada día como un regalo. Pero ella, por miedo al rechazo, por temor a perderlo, nunca se atrevió a confesar lo que sentía. Los días se convirtieron en años y, con cada amanecer, la cobardía le robaba un pedazo de su alma.
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Observaba cómo Marcos se iba alejando, perdiéndose en abrazos ajenos, en risas que no eran las suyas. Mientras él disfrutaba de aventuras, Berta se mantuvo en la retaguardia que ella misma había elegido. Siempre hice a los otros culpables, pensaba con amargura, culpando a la vida y al destino, cuando en realidad solo era su propio corazón el que claudicaba.
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En su mente, se iba dibujando un futuro donde la risa de Marcos era la melodía que quería escuchar, donde sus labios se encontraban en un beso que nunca llegó. La tristeza se posó como el polvo en los rincones olvidados de su ser. Nunca supe cómo luchar por traérmelo a mis brazos, se decía, con la certeza de que, de haber sido más valiente, tal vez hoy no estaría atormentándose con el eco de lo que no fue.
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Días tras días, la melancolía se convirtió en su amiga. El frágil hilo de la esperanza se desgastó, y cuando finalmente decidió abrir su corazón, se dio cuenta de que Marcos había encontrado el amor en otra persona. Ya no había espacio para una Berta que había esperado demasiado, que había dejado pasar el tren que jamás se detuvo por ella.
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Ahora, en las sombras de su habitación, sus lágrimas se deslizaban como ríos silenciosos, llevando consigo el peso de sus sueños inconclusos. No llores por lo que tienes, a pulso te lo ganaste, resonaba en su mente, un eco cruel que le recordaba que había recibido cada golpe de la vida con resignación y no con lucha. La vida no regala nada a los cobardes, se repetía, con cada latido que resonaba en su pecho.
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Así, Berta continuó allí, consumida por la ansiedad, atrapada entre lo que anhelaba y lo que había dejado escapar, un susurro de sueños que nunca florecieron, aguardando un amor que no supo conquistar. El ocaso tiñó el cielo de un rojo sangriento, mientras el sol se escondía, llevándose consigo no solo la luz, sino también a la Berta valiente que nunca llegó a ser.

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