En la cima elevada, donde el viento murmura,
una piedra reposaba, en paz y ternura;
pero un día el destino, con su fuerza oscura,
la arrancó de la roca, de su ancestral amor y hermosura.
Rodó por las laderas, en su viaje sin fin,
extrañando el refugio de su hogar sin confín;
la montaña, su madre, con su abrazo sutil,
quedó lejos, distante, en un sueño febril.
Yo soy esa piedra, en mi errante dolor,
y tú, madre mía, la montaña mayor;
mi alma se quiebra, en tu triste clamor,
pues te extraño, y anhelo tu eterno calor.
Madre, en la penumbra de mi errante destino,
siento en el alma un dolor cristalino;
pues dejé tu lado, tu amor tan divino,
y ahora me embarga un pesar repentino.
Tus manos que fueron mi abrigo y sostén,
quedaron vacías, sin mi devoción;
ahora, en la distancia, mi corazón se enajena,
y lamento en silencio mi triste traición.
Perdón, madre mía, por mi cruel abandono,
por no ser tu refugio, tu puerto y tu trono;
mi alma se quiebra en este desgarrado tono,
pues te extraño, y en lágrimas mi ser encono.
- Autor: El Corbán (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de septiembre de 2024 a las 22:40
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 15
- Usuarios favoritos de este poema: Sergio Alejandro Cortéz, Antonio Pais, Mauro Enrique Lopez Z., alicia perez hernandez
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