LA MUJER DE ARENA III

Lourdes Aguilar


AVISO DE AUSENCIA DE Lourdes Aguilar
En cada oportunidad que se presente estaré con ustedes
Mientras haya vida habrá poesía

   Pensé que volvería y la esperé por varias noches sin resultado, me encontraba terriblemente inquieto pensando si acaso todo lo vivido no significaba nada para ella, mis primos estaban preocupados, me veían distante, ensimismado en pensamientos que no podía compartir, me pasaba los días ayudándolos como autómata y por las noches en expectación, no quería regresar a la ciudad, necesitaba ver a Mechabili de nuevo, escucharla, sentirla, observar deleitado los fractales luminosos cuando me abrazaba, sentir su aroma, el tamborileo de su corazón ¿por qué no regresaba? mi decaimiento y apatía preocuparon a mi familia, me recomendaban médicos, ejercicio, acompañarme de vuelta a la ciudad, pobres ¿cómo explicarles mi mal? ¿cómo confesarles que me estaba volviendo loco?

No pude seguir esperando, así que en un arrebato de desesperación decidí adentrarme al desierto sin avisarle a nadie antes de que a alguno de mis parientes se le ocurriera mandarme a un psiquiátrico; solo contaba con una mochila conteniendo agua y salí al atardecer sin rumbo, vagué hasta que me dolieron los pies, la oscuridad se cernía y yo en la vastedad los recuerdos me acompañaban, mi deseo ardiente me permitía avanzar, mi mirada pendiente de cualquier movimiento y mi oído atento al más leve ruido, sin darme cuenta mis pasos cruzaron la loma, ahora sí estaba bastante lejos del pueblo, debí recostarme a descansar un rato sobre un montículo de piedras y mirando las estrellas me quedé dormido. Soñé que todas las estrellas se arremolinaban y bajaban formando una gran serpiente que giraba en el cielo iluminándolo a su paso, hacía remolinos y jugaba con la luna llevándola de aquí para allá como si se tratara de una pelota, luego dejó la luna y comenzó a descender, cada vez más cerca de la loma, cada vez más cerca del suelo, entonces su cuerpo estrellado comenzó a titilar en diversos y vívidos colores, se iba acercando, deslizándose en el aire, soltando ramalazos con su cola hasta que, al estar lo suficientemente cerca pude distinguir en su cabeza el bello rostro de Mechabili, eso me sobresaltó e hizo que me pusiera en pie de un salto y tratara de alcanzarla, llamándola a gritos.

  Me desperté desconcertado, a mi alrededor solo había silencio y me sentí terriblemente solo, había sido un impulso insensato y si seguía caminando sin rumbo me perdería, sin embargo no podía regresar sin despedirme siquiera, todavía deslumbrado por el sueño y tomándolo como un augurio proseguí la marcha; decía mi abuelo que el desierto reconoce a sus hijos y evita que los animales ponzoñosos los lastimen, también sabía que plantas plantas almacenan agua e identificar plantas comestibles "eso se trae en los genes, lo que unos ven árido y peligroso para nosotros es hermoso, la cuna, el polvo que nos formó y el polvo al que volveremos" ¿sería cierto? a todos nos tocó acompañarlo alguna vez, sobre todo cuando alguna providencial lluvia hacía florecer la escasa vegetación pero no lo suficiente para descubrir sus secretos "solo se puede amar y cuidar lo que se conoce, si no te entierras en sus dunas, si no te raspan sus rocas, si no aúllas con su coyote no lo conocerás y serás ajeno a él". Perdí la noción del tiempo, no podía detenerme, pero yo no tenía la condición que tuvo el abuelo ni conocía el desierto como él, avancé hasta que el cansancio y mis piernas acalambradas me hicieron desplomarme en medio de la nada.   

    Clareaba ya cuando abrí los ojos, la anciana a quien Mechabili tomó por madre estaba a mi lado, refrescándome con un paño, me hallaba a la sombra a la entrada de la gruta donde se guarecía, iba a levantarme pero me detuvo.

  -Debes descansar, mira qué imprudencia la tuya andarte metiendo donde no debes

  -¿Dónde está Mechabili?

  -Mijito, ella te lo dijo, su tiempo es diferente, ya ha iniciado otro ciclo

    Sus palabras me dejaron helado

  -No es como piensas, hay portales que se abren en ciertas fechas, en ciertos lugares, tú debes saber más de eso; hace unos días se abrió uno y ella, o "eso" que conocimos entró tal vez sin siquiera enterarse, cada uno estaba donde debía estar no debes ponerte triste, tal vez en otra ocasión o en otro lugar suceda nuevamente y la encuentres con otra apariencia.

   Imposible hablar, imposible describir la desolación que me albergaba, la anciana me acariciaba, tratando de consolarme, por supuesto que entendía: vórtices, campos magnéticos, universos paralelos, algo había leído y me fascinaba, pero el no haberme podido despedir me dolía hasta el alma, pensar que Mechabili fue parte de mi infancia y no haberla podido conocer antes, pensar que no me abrazaría más ni disfrutaría de sus fractales girando a mi alrededor, pensar que no escucharía más su flauta encantada ni el tamborileo de su corazón, pensar que la tuve y la había perdido...

   -No te atormentes mijito, tú estás fijo sus átomos tal y como tú la llevas en tu corazón, no era una mujer aunque desees verla así, yo diría más bien que es un espíritu encarnado en algo incomprensible para nosotros, la mente divina es inagotable y las galaxias está llena de criaturas así ¿no crees?

   No, no creía, tenía una certeza de que ella o "eso" era afín a mi, que había sido el secreto más hermoso del desierto y nada podría desplazarlo ya, tenía la certeza de que ya no sería el mismo, que mi vida no tenía por qué seguir siendo cómoda sino útil, llenarla de utilidad, de curiosidad infantil, tenía la certeza de que mi tiempo se detendría en ese mismo desierto y debía volver para ser enterrado en él, tenía la certeza de que sólo en su cielo y aridez moraba lo que yo más amaba.

  La anciana sacó de entre sus ropas una piedra, al entregármela pude apreciar que se trataba de una geoda en cuyo interior se podían distinguir cristales, al parecer de turmalina.

   -Ésto me lo regaló Mechabili hace tiempo, le gustaba entrar a las cuevas y horadar las rocas, ahora mismo han de haber rocas como ésta en las paredes, yo ya soy anciana y pronto acompañaré a tu tu tía así que no la necesito, quiero que sea tuya.

   Era hermosa, su interior semejaba una galaxia y lo primero que me imaginé fueron los fractales que tanto me fascinaban, agradecido abracé a la anciana y le prometí que al final de mi vida regresaría para descansar junto a ellos también. Ella me acompañó de regreso al pueblo, a pesar de su edad parecía tener más fortaleza que yo, platicábamos y en el trayecto me iba instruyendo sobre los nombres de las plantas, los animales, la dirección del viento, las constelaciones que aparecían y se movían en el cielo al anochecer, fue reconfortante tenerla cerca y una vez que divisamos el pueblo nos despedimos efusivamente ratificando yo la promesa de regresar algún día.

  Mis parientes ya estaban buscándome, imaginando lo peor, me disculpé por haberlos angustiado sin razón, estuve todavía algunos días arreglando asuntos pendientes, ya despejado y tranquilo, la geoda está bien guardada y solo la saco cuando me encuentro solo para contemplar sus hermosos cristales, palparlos y conocer que fueron concebidos por el tacto mágico de Mechabili es para mi como la promesa de que tal vez, en algún futuro podrán hacer los mismo en mi piel.

  

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