Caminos de un Látigo Montaraz

Ivette Urroz

El viento me dibuja con alegría elemental.

Un estéreo gaélico de sombras granulares

suspende la indemne jícara del aliento y la

de las cimas efervescentes que naufragan

y golpean en sí mismas.

¡Cuán extraño este látigo montaraz!

Busco en las navajas del aire una chispa,

un filo bizantino, una broma de chifle…

pero todo es fuga.

Quizás todos, a veces, flotamos ajenos

con el corazón hecho una copiosa condena.

Y una luna en cuarto creciente, al tocar el borde

de un émbolo de humo, estremecemos:

Y en el río curvado de cuadernos pluviales,

en la semilla invisible, en el dúo de la duna,

en todo lo que no existe, creamos

endomingándonos cuando los inviernos

heterodoxos nos preguntan.

Después, cuando el viento implícito

de su aura imperial nos dibuja,

cuando nadie nos oye mascullar,

rearmamos los paisajes masculinos

que se deshacen e ingresamos, por un instante,

en el vértigo orondo del orzuelo.

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