A Gabriela

Omar Alejandro Flores

Este invierno me tomo un buen café

con una montonera de urgencias y recados

que salpican desde los rincones de mi

biblioteca.

Afuera el viento se desprende el habitual

vestido y -medio en serio y medio en broma-

comienza a canturrear leyendas de

amores rurales, de escuelitas cerradas

y colores en Montegrande...

Se detiene el reloj. Cesan las maquinarias

humanas su trajinar de diplomacia y la

mujer errante, dirigente, avezada en los

encuadres de formación, puede talar

-sosegadamente- los versos de cualquier

ciudad.

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