Amanecer después de la tormenta

Gonci



Bajo la luna de plata, brillando en el mar,

con corazón errante y anhelante, suspirando al viento salino,

el marinero surca las olas,

el alma en balanza.

 

Gotas de lluvia salpican su rostro pálido,

bajo un cielo gélido,

arrancándolo de sueños,

amores perdidos, lejanos como estrellas.

 

En las tinieblas de la noche, un grito ahogado escapa de su alma

contra el mar, su rabia lanza, a los cielos, un grito sordo

por amores perdidos y amargos.

El mar, igual que ama, mata.

 

Con ojos vidriosos, mira al cielo, temeroso de tan mala mar.

El barco zozobra, juguete de las olas,

parece que la mar se lo quiera tragar.

 

La noche se ha vuelto oscura y opaca, dentro de la tempestad,

entre las estrellas, busca su norte, la polar.

Mirando al cielo ve, unos ojos tan azules como el mar,

que lo guían en la oscuridad.

 

Ancló su alma en el puerto, aquel día.

Sabe que ella lo espera, con el alma en vilo.

Con cada ola que rompe, su corazón palpita.

Su viejo barco, una reliquia.

 

Ella atesora su recuerdo, anhelando su regreso, consumida por el amor.

Su promesa en un pañuelo, un lazo que los une.

Con el aroma del mar y la tierra, su amor volverá.

En la orilla, espera, mirando al horizonte.

 

La mar, iracunda, lo reclama como presa.

En su fondo, anhela su sufrimiento,

sus ojos, solo para el mar, un amor eterno.

En sus brazos, lo hundirá, lo hará suyo.

 

En un abrazo mortal, el mar lo sumerge.

A su reino oscuro, lo arrastra,

cantos de sirena, una dulce tortura

en la playa, bajo el sol implacable.

 

Un susurro en la brisa, lo llama.

“Ven a mí, te espero”.

Sus ojos vagan, buscando el sonido.

Su corazón reconoce la melodía.

 

Mira al cielo y ve unos ojos tan azules como el mar.

Su faro, su guía, su estrella polar.

Al ver su rostro, su corazón volvió a palpitar.

 

Como las olas suaves en la orilla del mar.

En la dulce armonía de la playa

la calma encontró, el pañuelo le devolvió.

Y en ese gesto, su amor revivió.

Gonci

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