Ocho ventanas del cielo y un te quiero.

 

 

No tardé nada en cantarle mis versos, que salieron buscando sus besos. Me estaba mirando y con sus ojos me dijo…, —Amor, vamos padentro. Lo que ocurrió en el cuarto, es un secreto solo nuestro. Como todo lo que guardamos en el cofre de los sueños, que lo teníamos, a rebozar, de caricias, miradas, encendías y de hogueras, prendías.

 

/

 

A las claritas del día nos despertamos, ella, tan despeinada que daba gusto verla y yo, pues, qué puedo decir, si la sonrisa de sus ojos me dejó sin habla. Me levanté a preparar café y de camino, a meter las sillas padentro, cuando oí su voz que me decía:

 

/

 

Deja las sillas ahí, cariño, que quiero repetir, paso a paso, lo que hicimos anoche. Desde el primer verso hasta los besos que nos dimos y lo que luego hici… 

 

Ahí, le dije, —No sigas, chiquilla, mejor no lo digas, que no se entere la luna, que las cosillas del querer son tan solo tuyas y mías. 

 

Y me respondió: —Y las del cofre del amor, donde guardamos besos, caricias, miradas encendías y hogueras prendías.

 

///

 

Un poema no se improvisa, me dije, delante de mis ojos tengo la esencia misma de la poesía: Su sonrisa dorada, resplandor que copian las alboradas. 

 

/

 

Amor, serías capaz de hacerme un poema con las cosas que aún no me has dicho. Y le dije, esas cosas se avisan, chiquilla, pero no te apures, que te lo canto ahora mismo.

 

/

 

Estábamos sentados a la puerta de su casa, era una tarde de primavera del aquel ayer cercano y tan nuestro. Aromas a menta fresca acariciaban mis labios, eran los de ella.

 

/

 

Y así le canté, bajito, con mis sentidos puestos en sus ojos y mis anhelos acariciando su cara.

 

/

 

Alma mía, chiquilla mía, tierra mía.

 

Ocho lunas que te sueñan / ocho ventanas abiertas / ocho puertas del cielo / ocho ríos que te besan / ocho hogueras prendías / ocho suspiros al viento / ocho luces encendías / …, y un lamento:

 

¡Ay, chiquilla mía, qué grande mi sufrimiento!, cuando lejos de ti me encuentro.