Te dije que mi mayor miedo eran las expectativas,
pero aun así no te costó ponerlas tan altivas.
Mi espalda se dobla, se quiebra con el peso,
que cargaste sobre mí sin ningún proceso.
En mi pecho quema lo que me has impuesto,
el fuego de tus juicios que arden sin pretexto.
Te dije que mi temor era ser juzgado,
por esas expectativas que me has arrojado.
Dijiste que esperar es señal de amar,
que por quienes amamos siempre hay que esperar más.
Pero te respondí que el trato de la gente
se ata a las expectativas que atan nuestra mente.
Recuerdo muy bien cada palabra que expresé,
cuando te decía que me juzgabas, lo sé.
Cada vez me alejaba de lo que esperabas,
y aunque fingía que tus miradas no me importaban,
por dentro me quemaban, en silencio me mataban.
Te dije que mi mayor miedo era el rechazo,
pero no te importó, solo trazaste un nuevo lazo.
Pintabas tus sueños, paisajes que creabas,
y en cada error mío con furia me juzgabas.
Cada fallo en tus cuadros era un golpe más,
y luego, al final, lo abandonaste sin paz.
No comprendes que esos errores eran lo hermoso,
lo que hacía ese cuadro aún más valioso.
Pero aun así, decidiste dejarlo,
porque no alcanzaba lo que solías soñarlo.
No entendiste que en lo imperfecto hay belleza,
y en lo fallido, escondida está la grandeza.
Te dije mis miedos, mis debilidades,
y aun así no viste más que mis fracasos y realidades.
Me juzgaste con las expectativas que cargabas,
y al final, sin aviso, también me abandonabas.
Cada sueño que juntos llegamos a pintar,
se quedó roto, en un rincón sin lugar.
Porque los cuadros que hicimos con pasión,
fueron quemados por tu propia decepción.
Las fallas que yo veía como parte del arte,
para ti fueron razón de alejarte.
Y aquí estoy, con el peso en mi pecho,
del juicio que cargaste sin derecho.
Te dije que temía ser juzgado y herido,
pero nunca te importó lo que había advertido.
Abandonaste el cuadro por no ser perfecto,
sin ver que en sus fallos había algo recto.
Ahora llevo el peso de lo que esperabas,
y en cada mirada, aunque fingí, me desgarrabas.
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