Diré que son cosas de la vida

Emilio Barrios

Una mañana desperté como todas, con el canto de los pájaros y los rayos de sol ingresando por los agujeros del techo de mi casa.

 

Venia desde hacía tiempo con un presentimiento, y la razón me lo dio el propio tiempo.

 

Mi preocupación se volvió realidad; pero lo que no sabía era que en ese mismo instante moriría mi felicidad.

 

Recuerdo como si fuera ayer esa escena tan dramática, tan drástica, tan crítica, una situación tan cínica.

 

Actué normal, pero adentro explotaba un volcán, mis lágrimas eran las lavas y mis mejillas se quemaban.

 

Aquella noche rompí en llanto y falleció todo el encanto en el acto. Desde ese momento ya no la pude mirar a los ojos; todo se me presentaba borroso.

 

La duda se apodero de mí, ya no supe qué hacer, ni decir; fingí que todo estaba bien, perfecto; no desperté sospechas, sin embargo, estaba desecho, roto, perplejo.

 

Todo se derrumbó frente a mí; comprendí que ya nada sería igual, que no sería yo igual, el mismo, un suplicio.

 

Esa noche me acosté a dormir; mi cama, las almohadas, la sabana, todo era diferente. Me dijo que la abrazara y esa palabra me sonó incoherente.

 

Al día siguiente me levanté como un ave herida, sin ganas, sin fuerzas; mis ojos llorosos. No quise abrir la puerta; odiaba el sol, odiaba la tierra.

 

No comprendí lo de dar amor y recibir recompensas; la cabeza me daba vueltas; sabía que llevaría esa traición a cuestas.

 

Una voz en mi interior me decía "jamás digas lo que piensas"; deja pasar esta vez; seguro que mañana todo será normal, ya verás.

 

La voz se equivocó, el dolor me carcomió, el amor falleció, y la duda, la soledad y el desamor, se volvieron mis inseparables amigas, como una tragicomedia escrita, "diré que son cosas de la vida".

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