FINCA JERUSALEN

MATAMBA

Buscaba tierras donde guarecer mi frío,
donde la lluvia no fuera solo un lamento;
pastoreaba mis animales, vencidos y sombríos,
pero en cada rincón solo hallaba descontento,
escombros secos, sin río ni aliento.

 

Clamé al Señor por un refugio multicolor,
un espacio donde mi alma lo pudiera venerar,
donde el sol brillara con mantos de puro amor,
y en promesas eterna lo pudiera abrazar.

Una servidora, instrumento divino, habló,
con la voz de Dios, un vaticinio reveló:
un lugar donde mi familia pudiera trabajar,
donde las bendiciones del mar llenaran las brisas
y en su frescura las palmeras cantaran a Dios.

 

Las lluvias caían, en el campo de palmeras silvestres,
eran enjambre de gotas, nubes sublimes,
y así, Jerusalén nació, como tierra bendita,
una promesa cumplida del verbo ancestral,
donde la palabra del Creador es luz perpetua y total.

 

Ahora la finca Jerusalén es un refugio de luz,

tierra sagrada donde el sol y el mar se ven abrazar,
donde las personas pueden en paz descansar,
y las bendiciones, como el viento y la lluvia,
caen sobre quien llega a esta finca a reposar.

 

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