Confidencias ante la vela / Un nuevo día en el mismo circo (cuento)

Romey


AVISO DE AUSENCIA DE Romey
Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.

Silente la ondina suprema se sume

en las tinieblas a su búsqueda de luces;

se siente triste, simple, un ser fútil,

y entonces sube a su mente y descubre

 

la fuerza de la fé que la impulsa

a romper las redes de la duda

y revelarse auténtica, desnuda

de aqueyas prendas e ideas impuras

 

que difuminaban las estreyas

que velan ocultas tras eya,

cuya yama se aprecia oscura

vista desde afuera, pero alumbra

 

cuando está toda húmeda

de esta poética yuvia

que mi alma suelta sobre su presencia

profunda cual sima nocturna

 

donde cintilara la Luna

e hiciera que entendiera mi entrega,

mi eterna cuita, hasta que vuelva

y pueda amarla mas que nunca

 

 

Lo mío es el resorte,

y cruje al bajarlo hasta

que queda hecho un bloque

antes de que la noche vasta

devore cuantas legiones de fantasmas

osen forcejear para negar el salto

hacia la luz estrecha que capto

cuando lanzo al horizonte otra ojeada

 

Abierto está el cielo al momento

de despertar dentro de un sueño

 

Se eleva la esperanza espiral

blanca cual láctea yamarada,

sintiendo el tacto de la eternidad

en las plumas de mi alma tan buscada

en lugares donde no hay ni nada real

durante eones deseando volver a amar

antes de que la noche vasta

desplome este resorte al enorme

mar, que quedará hecho un bloque

más, o puede que se suelte

y desborde lágrimas sobre el mueye

 

 

 

Ya temprano en la mañana se oyó la yamada y nadie fue a ver quien era, siguieron conversando de nada como si nada estuviese esperando con mirada de espanto ante la puerta cerrada. Génesis del estupor en bruto, con ojeras pesadas como rinocerontes mojándose las nalgas en una charca de agua estancada. Colección de interrupciones. Neurosis contagiada a cada participante de aquel pandemoníaco alboroto de felicidad falsa... Hipócritas dialogando para oidos sordos como pozos secos. Y una lástima sentía él por no poder yorar de pura gracia como los otros monstruos. El balance de los beneficios resultó tedioso, y mas por culpa de aquel tipo que había timbrado tan temprano en la mañana. Cabizbajo pero altanero, luciendo su sombrero lustroso y negro, con las manos hurgando en los bolsiyos del chaleco buscando un último cigarriyo y la carta de amor que había escrito en menos de pocos minutos.

 

El festín de las hienas seguía igual tras los muros. Carroñeros de considerables garras y picos filosos garrapiñaban rápidamente los huesos que fueron cayendo al suelo húmedo con sendos chapoteos lúgubres. A un niño todavía le sangraba la nariz, y olía a mugre el bonito jardín trasero donde tres adolescentes se tocaban las entrepiernas muy temprano en aqueya mañana en la que nadie, ni siquiera eya, la donceya, la zorra principesca, quiso abrir la puerta. Postrado, casi muerto de histeria interiorizada, un orangután decoraba el trono, que era cosa parca y barata. Su falo erguido fue el único testigo de lo que sucedió despues de la primera campanada.

 

-Te amo como el viento ama el espacio abierto entre montañas. Te amo como se aman los sueños que nos restauran el alma. Te amo porque amarte...

 

Pero eya se había ido de casa y quizás no volvería jamás. Una maléfica carcajada, un siseo de serpiente, una yuvia de miradas juiciosas, un séquito de sombras, toda la fauna humana se asomó al umbral y a las ventanas... Pero él se había ido. Ayí en pie permanecía nada sino la transparencia elemental de un alma fugaz, y el rastro reciente del huracán que pasara arrasando aquel apestoso pantano donde tanta variedad de parásitos habían pretendido separarlos a mordiscos...

Y en vano celebraron, pues demasiado temprano en la mañana cayó un rayo sobre los rastrojos rígidos y la luz se hizo, ignoro si porque Dios o no así los quiso libres, indestructibles, recluídos entre sus lindes infinitos

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