Confidencias ante la vela / Fragmentos de un relato en proceso

Original Oriflama Infinita


AVISO DE AUSENCIA DE Original Oriflama Infinita
Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.

 

Fuego en un cuenco de roca,

agua en un cielo encharcado de lumbre,

flores rojas en el campo labrado bajo el Sol,

soledad de hielo que se cae con el invierno,

tiempo tranquilo trae el viento tácito

siguiendo su plan fijo, su libre itinerario,

firme corazón sabio en el filo de un barranco,

cosas individuales buscando un igual, un semejante,

un gorrión lastimero trenza su trinar

entre los pinchos de un pinar,

pardas extensiones de bosques salvajes

como los bosquejos que pone en papel un lápiz,

sonido tintineante de briyantes cascabeles en la amazonía,

obras de la memoria que creyó que sola moriría,

persistencia argumental aguantando un equilibrio necesario

entre la vida y la muerte que espanto mezclando

fuego en un cuenco de roca,

agua en un cielo encharcado de lumbre,

herrumbre de cansancio que va arrastrando el hombre

y nubes donde los blancos relámpagos se están cargando

de amor, de colores luminosos,

Sol es observador próximo de este suceso,

su calor es sustento para el caminante aplicado

y lo acoge como el poder de un rey

anteayer abdicado,

un largo cetro mágico en sus manos alegres:

un rayo caliente que crece, una vez el cielo se enciende,

una hilera de cometas me contemplan

mientras van desvaneciéndose como esta poesía

entre las redes del día que tanto se le parece

 

 

 

 

Mientras Ela hablaba de nada y de todo, de un modo alegórico, promiscuo y tontamente aleatorio, vuelta a sí misma, poseída por el demonio de la distracción, ridícula, se revolvía la melena oscura y rizada sin prestar ni la mínima atención al final de la película. Senciyamente sensual en su apariencia felina, sentada en un siyón largo y cómodo y de cuero sintético, rememorando su cuerpo a cuatro patas sobre la alfombra cenicienta, buscando un zapatito de cristal y encontrando nada mas que las sandalias del nazareno. Y Ela hablaba y hablaba de nada y de todo, creando a la vez un manto de humo blanco en torno a su celo húmedo y rojo (suceso fortuito, ignoto para Rai hasta tal punto). Interrumpía entonces un clac-clac-clac..., y comentaba al aire vicioso que eso era el loro golpeando con su pico curvo un cristal de una ventana (no de un zapatito, se dijo lamentándose por tener que soportar tal absurdidad). Y yovían, entre la niebla opaca y pétrea, palabras a ráfagas saliendo del pecho de Ela, através de sus labios helados (que tanto deseé besarlos, y todavía lo hago en historias como esta...), firmes flechas derechas a la frente del joven brujo que tanto amaría en algún futuro alternativo (y seguro que ficticio, dramáticamente desmedido, hilarante y sin sentido para cualquier poco compasivo adivino)... El resto lo suprimo porque soy ligeramente olvidadizo cuando así me la imagino, fecunda de su innata soltura y con mucha locura durmiéndose al caer en el colchón del aburrimiento. Y se hizo la noche para satisfacer sus deseos(?)

 

...sí, veíamos la maldita película, lo hacíamos, lo sé con escasa certeza, pero todo y nada, bendita desgracia: se rompió la cinta, se virtió la tinta sobre la página recien escrita y se quebraron un par de patas de la cama emitiendo infames estridencias, y encima empezó a yover, y debajo nosotros (uno: yo, y otra: dos) estando desnudos y yenos de ojos, de labios atraidos unos a otros como polos contrarios (de tales ocurrencias una o unas cuantas podría perfecta e imperfectamente ser mentira tambien...)... Ya íbamos saliendo del cielo (quise decir de aquel cine infernal) borrachos como mariposas o, mas bien, murciélagos, delirando sin espanto protuberantes parrafadas y yorando a carcajadas. Era Ela, la otra, la reina entre tinieblas, orgásmica Morgana, diosa estrafalaria, la misma persona encantadora que nos había hechizado antes al verla danzar tras la impenetrable pantaya? Quizás (Merlín) sepa la verdad cuando vuelva de indagar para mí mismo y escampe, habiéndose al fin esfumado la niebla hace nada de tiempo (y todo lo restante será recordado en instantes inmemoriales y memorables)...

 

Conocido es que a Rai(mundo) le gustan las arañas (celestiales, cinematográficas...). Se ha vuelto (para sí mismo) a enamorar de una... Y la muy viyana es panzuda y patilarga (...híbrida, extraña), ademas se rumorea en el barrio de bajo el suelo que calza pies de puta...desde niña, y encima sigue yoviendo demasiadísimo... Mojada hasta las entrañas del alma ahora yora de pura furia, mientras afuera y tan cerca tintinean gotas de yuvia dura. Él está obsesionado con la yuvia, piensa la insecta en ese instante inmemorial y memorable, él cree con fé ciega de yogui clarividente que el sonido que hacen las aguas, las lágrimas cuando chocan contra ciudades amurayadas, las palabras huecas y la absurdidad que Ela produce al hablar con la nada, y todas esas minucias extraordinarias constituyen un antiguo lenguaje olvidado por la sorda mayoría de los ignorantes humanos, los cuales le inspiran cierta poética repugnacia, una positiva náusea, no solamente al implume Rai, lo mismo al ave Rai, pero nunca al ave César ni a ninguno de los enviados imperiales.

 

Nada y todo opaco, ambiente turbio y muy pesado. Los gorriones apenas permanecen, apenas gozando y sufriendo de una ceguera digna de ser vista. Una mano dibujando jirafas mientras alguien está silvando una lentísima melodía. Un vaso que cae y rebota contra el pavimento, un tenedor clavado en el techo, un abstracto rumor de pensamientos desbordados... Él yeva puesta una túnica amariya, y camina casi sin vida, recién levantado de su lecho de púas. Rai dice algo a Rai y Rai responde sacudiéndose el plumaje, haciéndose el distraído... Rai se lía un cigarriyo de la risa, con seriedad y disciplina y habilidad y veteranía, y fuma abstraído mientras mira la Luna en un ángulo de una ventana. Blanca y azul eya fluye através de canales imperceptibles, inyectada como agua de yuvia en las venas de la nada opaca, como todo escaseando la luz, sobrando sombras que se mueven independientemente de quien narra estas minucias extraordinarias. Yo voy contando las gotas que caen sin parar. Entonces se revelan los azulejos, que son rojos y negros, y la mesa redonda rodeada de cabayeros imaginarios enzarzados en disquisiciones sobre ineluctables adversidades, dragones de oro, damas de plata, armas de hierro, miradas de hielo, versos de fuego...

 

Un pequeño conejo corrió a ocultarse entre unas cañas. El perro alzó la cabeza, con las orejas tiesas y apuntando con el hocico al sitio donde yo había visto por última vez a aquel veloz animaliyo. Ahí va que recordé que mi damita nos estaba esperando en el bosque desde haría mas de media hora, y que para yegar ayá donde eya se hayaba, al otro lado del río, debíamos cruzar el gran cañaveral y adentrarnos en la inmensidad del agua.

Lo primero fué senciyo, aunque al principio me costó conseguir, a voces y dando fuertes palmadas, que el perro se estuviese quieto para ponerle la correa y así evitar que se lanzase a trompicones entre las cañas tras el conejito de antes. A medio camino me detuve en una flor que me era totalmente desconocida, y le pregunté su nombre, a lo que eya respondió ladeando un poco su cabeza, como si no me hubiera entendido bien o no quisiera contestar a mi inesperada pregunta. El perro la olió y de pronto se puso a cavar muy cerca hasta el punto que le dije: vamos, Ela nos estará esperando impaciente, si no ha regresado ya a la ciudad.

Ela: Permanecí inmersa en la contemplación de una familia de margaritas casi todo el tiempo que estuve ayí sentada en la dura tierra, entre largas hierbas que se agitaban levemente acariciadas por una fresca brisa.

Cuando alcanzamos la oriya oriental del río la vimos a la distancia. Estaba aparentemente dormida, acostada sobre un lecho de húmeda hierba. Y ya había empezado a oscurecerse el día. Su piel se veía mas yamativa y rosada que nunca, y destacaba, puesto que estaba desnuda, como una yameante estreya sobre un fondo tenebroso e inexcrutable. El perro se me adelantó y de un solo salto cruzó las grandes aguas y fue directo a su encuentro. Yo me quedé dentro de las grandes aguas, contemplando el reflejo de las ramas y el doble de un ave irreal (Rai) que volaba trazando círculos perfectos en el cielo ilusorio donde yo me hundía con tremenda confianza como un pez sefirótico

 

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