Dijiste que hacía justicia a mi nombre
Entonces recordé esos sueños barrocos
Figurando como ilustraciones de algún boceto perdido
Tuyo entre las masas.
No sabía que vendría hacia ti
En tamaño concepto de locura,
Se es lo que se siente ser,
Y no quiero iluminar demasiado
Merced a perder la vista.
No quiero perderme tus sombras,
es en la sombra que se brilla mejor.
A ratos creo ser ese que arranca
Y se encuentra con la oscuridad del tigre de aquel sueño.
En sus fauces logro quizá
El silencio de unos pocos reflejos
Los instantes de unos cuantos abismos,
Llamadas perdidas en el aire
Carne de cañón.
Decías que era un arcángel
O quizá fuiste demasiado buena.
Caminas como si se te cayesen las alas,
No puedo despuntar las mías.
Como en El Salvador que palpas y hueles entre escombros
Son esas las ruinas de tu lenguaje y de tu piel
Lo impalpable por mudo,
Lo que se habla sin tocar.
Dijiste que hacía justicia a mi nombre
El mensajero que renuncia a definirse
Y que mata a su destinatario
Inocente de la broma asesina
Que llamamos Dios o Verdad.
El caso es que estamos hablando de un secreto
Jugar a que uno de los dos sueña con el otro,
Que es idéntico a decir que podemos olvidar
inclusive la muerte por obvia y analfabeta.
No quisiera ser otro ingenuo, otro Edipo ofreciéndote los ojos
Antes quisiera inscribir en los tuyos algo de brillo
Eso que llaman verdad tiene una mirada capciosa
Allí donde la miran parece invocada, sus caprichos son ley.
Su imperativo es que estemos atados, porfiadamente,
Pestañeando el mundo que somos para el otro,
Un lazo ficticio entre lágrimas y sangre
Coagulada y absorbida quizá con el paso de un tiempo extinto
(la sangre, no como el vino, mientras más joven, más dulce)
O quizá simplemente por treguas que obviamos por demasiado nuestras.
Alguna vez dije que el cielo se llenará de arrugas.
Yo rescato los pliegues de tu frente como si fuesen el retrato de un ocaso
Esas cejas que fueron pintadas como pequeños bosques
Libros que esperan serlo
De los cuales desearía arrancar
Algunas páginas sin siquiera ser leídas,
Y decías que existe una voluntad,
Una fuerza en el cosmos que nos obliga a hundirnos o a contemplar.
Yo solo, niña, puedo decirte que Dios es la guerra,
Que me hace falta la levedad de esas estrellas que con entusiasmo miras
Para mantenerme arriba.
Este sudor de los que se mantienen muy elevados, solos
O por el contrario, muy a ras de suelo, solos.
Créeme, solo necesitas el bosque y la voluntad,
Pero ayúdame a encontrar al sátiro
Uno de verdad: ojos de fuego y alas de arcángel.
Incandescente y leve, hundido en tu abismante voluntad
Aguantando la respiración, a ratos
Para acabar diciéndote que respirar es una cuenta regresiva
Respirando, al fin y al cabo, se comienza a morir.
E inhala, exhala, profundo, tan lejos, tan cerca
Que tu miedo y tu dolor sean dulce compañía:
La sombra de la sombra de un deseo.
- Autor: Salvador Galindo (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 14 de octubre de 2024 a las 12:42
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 18
- Usuarios favoritos de este poema: Antonio Pais, Sergio Alejandro Cortéz, Josué Gutiérrez Jaldin, Pilar Luna, Augusto Fleid, Mauro Enrique Lopez Z.
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