La sombra de la sombra de un deseo

Salvador Galindo

Dijiste que hacía justicia a mi nombre

Entonces recordé esos sueños barrocos

Figurando como ilustraciones de algún boceto perdido

Tuyo entre las masas.

No sabía que vendría hacia ti

En tamaño concepto de locura,

Se es lo que se siente ser,

Y no quiero iluminar demasiado

Merced a perder la vista.

No quiero perderme tus sombras,

es en la sombra que se brilla mejor.

 

A ratos creo ser ese que arranca

Y se encuentra con la oscuridad del tigre de aquel sueño.

En sus fauces logro quizá

El silencio de unos pocos reflejos

Los instantes de unos cuantos abismos,

Llamadas perdidas en el aire

Carne de cañón.

 

Decías que era un arcángel

O quizá fuiste demasiado buena.

Caminas como si se te cayesen las alas,

No puedo despuntar las mías.

Como en El Salvador que palpas y hueles entre escombros

Son esas las ruinas de tu lenguaje y de tu piel

Lo impalpable por mudo,

Lo que se habla sin tocar.

 

Dijiste que hacía justicia a mi nombre

El mensajero que renuncia a definirse

Y que mata a su destinatario

Inocente de la broma asesina

Que llamamos Dios o Verdad.

El caso es que estamos hablando de un secreto

Jugar a que uno de los dos sueña con el otro,

Que es idéntico a decir que podemos olvidar

inclusive la muerte por obvia y analfabeta.

 

No quisiera ser otro ingenuo, otro Edipo ofreciéndote los ojos

Antes quisiera inscribir en los tuyos algo de brillo

Eso que llaman verdad tiene una mirada capciosa

Allí donde la miran parece invocada, sus caprichos son ley.

Su imperativo es que estemos atados, porfiadamente,

Pestañeando el mundo que somos para el otro,

Un lazo ficticio entre lágrimas y sangre

Coagulada y absorbida quizá con el paso de un tiempo extinto

(la sangre, no como el vino, mientras más joven, más dulce)

O quizá simplemente por treguas que obviamos por demasiado nuestras.

 

Alguna vez dije que el cielo se llenará de arrugas.

Yo rescato los pliegues de tu frente como si fuesen el retrato de un ocaso

Esas cejas que fueron pintadas como pequeños bosques

Libros que esperan serlo

De los cuales desearía arrancar

Algunas páginas sin siquiera ser leídas,

Y decías que existe una voluntad,

Una fuerza en el cosmos que nos obliga a hundirnos o a contemplar.

Yo solo, niña, puedo decirte que Dios es la guerra,

Que me hace falta la levedad de esas estrellas que con entusiasmo miras

Para mantenerme arriba.

Este sudor de los que se mantienen muy elevados, solos

O por el contrario, muy a ras de suelo, solos.

 

Créeme, solo necesitas el bosque y la voluntad,

Pero ayúdame a encontrar al sátiro

Uno de verdad: ojos de fuego y alas de arcángel.

Incandescente y leve, hundido en tu abismante voluntad

Aguantando la respiración, a ratos

Para acabar diciéndote que respirar es una cuenta regresiva

Respirando, al fin y al cabo, se comienza a morir.

E inhala, exhala, profundo, tan lejos, tan cerca

Que tu miedo y tu dolor sean dulce compañía:

La sombra de la sombra de un deseo.

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