Confidencias ante la vela

Original Oriflama Infinita


AVISO DE AUSENCIA DE Original Oriflama Infinita
Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.

 

Desquite: cuerpo contra robustez de corteza

y el flujo se dirije afuera de la cabeza

El presente ni existe. Nada se mueve

y estoy triste: solo parece que yueve

 

Pueden percibirse tantos mundos y ninguno

tras la superficie del mar tan bruno...

Hablo de lo eterno, de lo aquí ausente

aunque sí se siente cerca un puente...

 

Abstracto diseño de humo, remembranza,

el misterio de la memoria (no alcanza...),

y la eternidad: esperada final ganancia

 

Sobresaltado busco mucho, bastante,

la verdad de aquel ave itinerante

(escuchadme) durante mis noches de infancia

 

 

 

Silencio cubriendo las ruínas, y un misterio indescifrable: una momia petrificada y pintada de sangre negra contrastando con la fogosa estela del ladrón de los tesoros antediluvianos. El ruido chispeante de los diamantes cuando se encuentran con el suelo invisible ha despertado los alaridos de algunos murciélagos dormilones. Ojos rojos entre la oscuridad, espirales incesantes, vientres sedientos de sangre, sombras en la noche sin firmamento. El techo es todo un sublime escenario, representa un cielo extraño, anaranjado como los inestables contornos de la yama que encabeza la enhiesta antorcha portada por la mano diestra del ladrón, luz sembrada en la sombra como la última semiya de una forma de vida casi ya extinta en todos los mundos donde todavía algún curioso observador moraría asolas.

 

En el templo destartalado solamente suele haber un hombre: un monje encapuchado con túnica verde. Fuera, donde luce latente el jardín salvaje, siempre está la misma donceya, y tambien a veces un formidable cabayo, tan veloz que nunca alcanza a vislumbrarse completa su atlética figura y permanece irremediablemente indefinido, como alguien visto nada mas que en un sueño ideal. Eya teje casi constantemente, y sus facciones altivas son imperceptibles para cualquier ojo peregrino, por causa del aura cegadora que emite su cuerpo y su vestido, pero es reconocidamente beya, tanto como las infinitas flores que rodean la roca en la que se sienta para contemplar el ocaso, el paso del ladrón adentro de su habitáculo, el progreso en el espejo de los astros venidos de tan lejos.

 

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