Benditas las grietas que en la piel se abren,
las que, sin querer, en silencio se hallan,
porque en cada corte se siembra una clave,
una puerta pequeña hacia donde no haya murallas.
Golpea la carne el filo del viento,
con cada caída, con cada tropiezo,
y al arder la herida como fuego lento,
el alma respira, liberando el peso.
Son cicatrices que no piden perdón,
huellas sutiles de batallas terrenas,
pero en su trazo se encuentra la razón
de sanar viejas sombras, de romper las cadenas.
Esas marcas que el cuerpo dibuja sin malicia,
son ríos que lavan lo que otros dejaron,
porque a veces la piel, con sabia justicia,
cura lo que el corazón no ha olvidado.
Y aunque duelan, las llevamos sin temor,
porque es en ese sangrar cotidiano y sencillo
donde el alma encuentra un raro vigor,
y los recuerdos pierden al fin su brillo.
Así, cada herida en la carne es sagrada,
porque abre caminos que no ves venir,
enseñando que el dolor no es nada
cuando aprendes por fin a sobrevivir.
- Autor: El Corbán (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 23 de octubre de 2024 a las 11:24
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 11
- Usuarios favoritos de este poema: Josué Gutiérrez Jaldin, JAGC, Mauro Enrique Lopez Z., Sergio Alejandro Cortéz
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