Me retiro a mi soledad eterna.
Enciendo esta noche una linterna
entre el frío que por esta ventana
entra a borbotones, como mi alma
en la muerta materia desvencijada
haciéndola jirones de blanca niebla.
Me retiro a mi soledad eterna,
aunque nunca daré por perdida
aqueya estreya que briya a oriyas
de mi vida, entre marea y arena...
Me voy volando al alba al despertar
a esta realidad tan extraña,
que se sueña, es la verdad...
Me voy flotando en una ola enfática,
a toda velocidad, cortando las aguas,
y la gran distancia que nos separa igual.
Cuando Rai escuchó por primera vez el murmuyo creyó que era un sonido (no sobre)natural, efecto del roce de las hojas agitándose coreografiadas por un viento intermitente; Ela todavía dormía, pero en algún lugar bastante distante: en el cuarto del fondo a la derecha. La segunda vez que Rai escuchó el murmuyo supo lo que era aunque lo dudara en apariencia; identificó su nombre completo y el clac-clac-clac sonó en ese momento helado en el tiempo como un pico de acero impactando contra una capa de hielo macizo, despertándolo ya regresado a su cuerpo, que yacía echado sobre un manto de helechos en el suelo de tierra pura bajo el pétreo techo de la cueva en la que a plena tarde se había topado con el viejo y sabio Merlín... Por supuesto no recordó el hecho sagrado de haber soñado, de hecho se contuvo de intentarlo y observo a su alrededor el entorno oscuro hasta que sus ojos se adaptaron y diferenciaron un montículo aislado de todo el resto de la estancia. El mago alzó su vara, extendió el brazo izquierdo y abrió la mano; se hizo la luz tan de súbito que Rai tuvo que cerrar los ojos doloridos y espantados como un par de serpientes al graznar un ave de las grandes alturas.
Arturo, doble metafísico de Rai, mientras él dormía todavía, delineaba un plan para iniciar un asalto espada en mano a una pequeña fortaleza yena de hombres de moralidad obscena y grotesca que no encajaba con aquel paisaje senciyo y de lustrosa pureza. Inocentemente mandó a un sirviente que reuniese a los doce cabayeros en el salón del castiyo, y le preguntó si el rasteador había descubierto algún dato significativo acerca del extraño anciano que solía toparse en los momentos mas inesperados, quien, a plena tarde de un día veraniego en invierno, le profetizara la perfecta consolidación de su reinado durante los años venideros. Su fiel le replicó lo de siempre, que no se sabía nada nuevo, pero luego, mientras comentaba unos asuntos prácticamente triviales, dijo que Lancelot se encontraba en el jardín, tratando de flechar desde ahí a un pájaro extraño que había venido a instalarse sobre la cúpula púrpura del templo, y ésto a Arturo, fruto de su incomprensible intuición, le sonó a treta merliniana, para instarlo a salir él solo al bosque al encuentro del supuesto maestro esotérico, ignorando que su doble metafísico lo estaba ensoñando todo, hasta al loro que ahora volaba ante una de las vidrieras del palacio real, provocando que Lancelot la hiciese estayar en una yuvia cristalina multicolor al impactarla su lanza cual pico de ave escarcha temprana.
Ela miró a Rai y Rai la vió tan elegante como nunca, precisamente ahí, en el estudio, a la hora de calentar la cama. Los dos así patidifusos se abalanzaron al vacío espacio entre ambos braceando como naufragos con reservas de esperanzas y la timidez digna de cada primera vez diaria; en efecto a plena tarde, y despues él dejó de verla a eya advirtiendo la dilatada presencia de una tercera persona dentro del mismo aposento común, el cual mutaría en agujero de entrada a la montaña, al seno de la amada venus que quizás Ela representaría en el teatro de su imaginación desbordada y fuera de cualquiera coordenada y estación espacio-temporal, pues poco importaba el amor carnívoro en esa época en la que salir del cascarón al aire nítido de la glándula se hacía por la natural necesidad de sobrevivir y escapar al magnetismo ineludible de esa misma espiral sobrehumana que la preciada fémina endiosada hacía girar como si tampoco le importara demasiado amar de un modo original el mas viejo de los pecados, para acabar saciados y santos peregrinos entre los trinos de los pájaros divinos pasando a otro lado con el objetivo primordial de beber tinto del grial antes de hacer sonar los chiyidos de los griyos al foyar como cada primera vez diaria.
Arturo, ya habiendo reunido a su excéntrica guardia, meditaba sobre las consecuencias de yevar a la acción un fortuito ataque contra aqueyas miserables y mediocres gentes. Lancelot bebía el vino que un desconocido de confianza (Merlín) le había servido hasta desbordar el cuenco. Todos los otros permanecían inmersos en un fervoroso debate, y había cierta división o aire viciado entre los participantes, que eran diestros en juegos verbales y análisis de expectativas intrínsecas al combate que ya tanto les convenía, aunque en sus diez mentes dislocadas de la óptima reflexión del rey cabía una amplia diversidad de variantes en cuanto al planteamiento preliminar al contacto de sus armas con los cuerpos invadidos. Toda la tropa de quejumbrosos bandidos saltó al unísono cuando un ilógico loro vino a parar (y a cagar) encima del mapa, en el centro de la mesa redonda. Los excrementos del peculiar animal marcaron la región en cuestión, y unas monedas fueron vertidas en un recipiente de cristal; Rai, no robes, no caigas en el saco de la delincuencia, ademas ésto es cuanto nos queda para este mes, musitó Ela con un tono encantadoramente musical, y puso un suspiro al final de la frase en lugar del punto; y aparte Rai escribía un diálogo entre un par de personages legendarios (Arturo y Lancelot), y se reía como un loco astuto recién emancipado hubiera hecho en el tétrico país de la penuria para capacitarse a tolerar una vida carcomida por alguna monstruosa criatura asociada a la hambruna y a los climas virulentos escondidos en las páginas de libros religiosos primitivos y en los mitos orales de pueblos elegidos por dioses demoníacos para cumplir sus constantes caprichos. Entre el trajín de sus propias carcajadas el joven brujo se desvinculó por fin de sus pesados pensamientos preparándose para recibir el aleve besito que próximamente podría caerle paulatinamente yovido en la frente, justo bajo la perla neurálgica de su deslumbrante corona. Clac-clac-clac. Rai es una imagen fúlgida en la fuxia pantaya abierta al mas ayá, y la atraviesa con su rojo pico, del que cuelga una hoja amariyenta yena de negros signos enigmáticos.
Nada normal respecto a Toni Roi (personaje ficticio de la interminable novela que Raimundo Loro está montando en su disparatada cabeza desde que Ela prefiere a otros): algunos comentaristas clandestinos del Barrio Bajo Suelo a sus espaldas lo yaman El Terrón De Ázucar, debido a la dulzura de su aspecto y la riqueza de sus gestos, pues tiene un aire de dandi que atrae a las mujeres y a los hombres por igual, de todas las clases sociales, pero se trata de un influjo sicológico que los conduce a trances místicos y a gregarias expansiones del espíritu, dato fundamental en el desarroyo inicial de la novela, cuando, danzando a solas en su escueto cuarto, causa, de una manera velada y casi inconsciente, una súbita oleada de personas saliendo a voces, abarrotando las urbes de carácter medieval con sus diversas filosofías absolutas, todas compartiendo visiones y aprendizajes, sabiéndose personages del sueño de alguien, del suyo, pues Toni Roi luce como un demiurgo en su oscuro y divergente modo de actuar, y su imaginación controlada va dirigiendo el curso de los acontecimientos hacia un entendimiento mútuo entre los raros habitantes de su mundo. A lo largo de las decenas de historias que conforman la novela el narrador, quien parece ser el mismo Toni Roi malamente disimulando ser otro, va presentando a retazos a unos cuantos personages desconcertantemente pintorescos: un gato errante que sabe leer el futuro en el vuelo de las aves y en las hojas secas, un hombre centenario con grandes conocimientos sobre la alquimia que además ha buscado durante dos tercios de su vida por todo el mundo una flor que una vez vió retratada en una enciclopedia antiquísima, un chico y una chica que tienen el poder de fusionarse al copular en las aguas turbias de un lago, un vendedor ambulante de bulos mediáticos que le revela verdades que nunca se le hubiera ocurrido sospechar, un bolígrafo que cobra vida habiéndolo encarnarlo una entidad que se autodenomina extretarrestre, y muchos mas; todos eyos se le aparecen en sueños, y él investiga a fondo esas almas alucinadas para averiguar como reescribir sus aciagos destinos, indaga en sus mentes buscando la raíz de sí mismo.
-Estratagemas de Rai para hacer que Ela hable: caminar en círculos concéntricos, arrojarse al vacío de su corazón herido, decir que ha perdido la noción espacio-temporal, yorar para adentro, comunicarse con eya telepáticamente y hacerle cosquiyas en la mente, empezar a reir de improviso como un ebrio crónico, saltarse las comidas, disfrazarse de vampiro transilvano, dormir boca abajo o de pie, soñar con presuntas infidelidades, pensar demasiado...
-Avatares que Ela asume para evitar que Rai se desvanezca en sí mismo: un loro sonriente y despiadadamente malévolo, una culebra en el jardín de enfrente, una princesa que se confiesa oriunda de un reino sin nombre, una diosa despreciada por su especie, amiga y redentora de toda la humanidad, una indolente niña cuya picardía raya la erótica obscenidad, un súcubo compuesto de humo canábico, otro sorbo del mismo vaso rayado, un invierno soleado, nada, ausencia, silencio, soledad...
Raimundo Loro Rión
Obras publicadas hasta la actualidad:
-Nada: una ficción surreal en la que se mezclan el sentido del humor y una rebeldía apenas velada. Trata de un joven típico, pero con habilidad para la escritura, que un día mientras vuelve de la escuela camino a su casa se encuentra con un asceta, quien le muestra el modo de traspasar la barrera del lenguaje para traer a la realidad las maraviyas de la imaginación. Entonces emprende un camino de iniciación que lo conduce a profundas reflexiones que cambian el paradigma de lo que creía que era su vida.
- Autor: Romey ( Offline)
- Publicado: 24 de octubre de 2024 a las 08:35
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 13
- Usuarios favoritos de este poema: Pilar Luna, Augusto Fleid, Josué Gutiérrez Jaldin, Mauro Enrique Lopez Z., BUSTILLOS
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