La frustración de aquel hombre

Emilio Barrios

La frustración de aquel hombre es enorme: vive buscando las caricias de su amada, ella siempre por él despreocupada, a veces sin ganas.

 

El hombre lo observa con ternura; desea que la bese con pasión; quiere ahogar su amargura.

 

Lo ignora, no le busca, encuentra excusas para alejarse de su calor, de su ansia.

 

Dice que no necesita de sus besos, que si apetece puede lanzarse a otros brazos y saciar sus ganas.

 

El amor para él ya le está pareciendo extraño; con frustración espera como si fuera un niño sin cumpleaños.

 

Se despierta todas las mañanas con la misma sensación que lo asecha y lo engaña.

 

Anhela escuchar de los labios de su amada decir lo mucho que lo ama.

 

No encuentra consuelo ni siquiera bajo las sabanas; duerme pegado a la pared, estando igual ella al lado en la cama.

 

No hay abrazos, no hay caricias, no existen las palabras en el oído ni un maldito susurro.

 

Todas las noches la misma rutina; su vida se ha vuelto enfermiza, un castigo.

 

Está consciente de que nunca desde que la eligió sus acciones dieron sus frutos.

 

No se siente amado por aquella mujer, pues el tiempo lo demuestra; siente que todo es injusto.

 

La necesidad de aliviar su pena es alta, y cuando más sube la marea, más el mar de la melancolía lo arrastra.

 

Lucha con su corazón, busca refugio y consuelo, pero la soledad lo asalta y le deja al borde de la desesperación.

 

No es fácil cuando sus manos están vacías y carentes de atención; el pobre hombre se da lástima así mismo sufriendo por su frustración.

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