Había una vez

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Había una vez, en el profundo laberinto de mi ser, un rincón luminoso que solía estar dedicado únicamente a ti. Eran tantas las palabras que brotaron en poemas y cartas que, aunque ahora parezcan ecos lejanos, jamás se desvanecerán por completo. Muchos días han pasado desde que escribí algo que te nombrara, y en un instante de soledad desgarradora, creí que había dejado de amarte. Ese pensamiento, como un frío rayo en la tormenta de mis emociones, me aterrorizó. Recordé que, aunque el amor tiene formas insospechadas, tú ya no eras parte de mi camino. ¿Qué será de ti ahora, en el vasto universo del que nos alejamos? Ignoraba que aún guardaba un susurro de amor por ti, escondido entre las sombras de mi memoria.

Había una vez, así inicia esta historia que parece suspenderse en el tiempo. Sé que esto podría ser lo último que escribo para ti, un adiós encubierto en palabras temblorosas. Sin embargo, en el horizonte de mi alma, siento que es hora de dejarte ir. He esperado demasiado, y esta agonía de no saber de ti me consume. Muero por escucharte, por recibir ese mensaje que ilumine mi oscura existencia. En el rincón más solitario de mi ser, te espero con la esperanza desgastada, imaginándome en un bosque sombrío donde la tierra fría abraza mis pies descalzos. Cada paso se siente como un recorrido sobre ruinas de promesas que nunca florecieron. El viento, cargado de tus palabras heladas, empuja mi cuerpo, y me pregunto si un beso tuyo podría avivar la chispa de mi alma marchita. Te extraño de formas que las palabras se sienten incapaces de capturar; ojalá pudieras leer cada línea que te dedico en las noches estrelladas, convertidas en misurros de amor y añoranza.

En mis sueños, el bosque de los mil sentimientos se despliega ante mí como un lienzo en blanco. Sueño con esa oscuridad serena donde la soledad y el silencio se entrelazan, apoderándose de cada rincón de mi ser. En ese espacio, mi voz más poética comienza a florecer, revelando la belleza que surge del dolor. Aunque disfruto de esta soledad, una parte de mí anhela ver tu sonrisa brillar en medio de las sombras. Cada destello de alegría que me regalaste se convierte en una estrella en el vasto cielo de mi memoria, reflejándose en el fondo de mi corazón. Tu sonrisa se embellece con el paso del tiempo, como un vino añejo que mejora con los años. Y ni hablar de tus ojos, destellos de luz que han dejado una marca indeleble en mi alma; olvidar tu imagen sería como intentar borrar la luna de la hermosa noche, como tratar de extirpar las estrellas de su danza en el cielo. En cada rincón de mi ser, anhelo en silencio que, en algún lugar de tu corazón, sientas lo mismo.

Las voces en mi mente, esos ecos persistentes que me asedian en las noches de desvelo, no cesan de susurrar en melodías suaves que aún me extrañas. Curiosamente, esas voces resuenan con el timbre de tu risa, como un canto nostálgico que se entrelaza en la penumbra de mis pensamientos, como una sinfonía melancólica que se repite en la orquesta de mis pensamientos. En este laberinto de emociones, mi corazón sigue latiendo por ti, aferrándose a los sueños que, aunque en penumbra, aún guardan la esperanza de un nuevo amanecer. Cada palabra que te dejo es como un pétalo, cayendo suavemente en el vasto océano de nuestra historia, esperando que, algún día, su fragancia te llegue en un susurro del viento.

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