Para Octavio.

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Paz reinventó la poesía desde su catedral de lenguaje. Su poesía fue un movimiento continuo en cámara lenta, un renacimiento, un campo de girasoles a las 11:20 a. m. Paz amasaba y condimentaba cada una de sus palabras, reestructuraba las bases, invocaba nuevos cantos, construía nuevas ventanas, hacía una odisea hacia las entrañas de la expresión verbal. Él, con su mirada de halcón, deambulaba por los cielos y esperaba el momento preciso para bajar y, sobre las olas del mar, atrapar el pez dorado. Y entonces la poesía volvía a nacer, se la miraba como un manantial que fluye lento entre la espesura del bosque iluminada por los rayos de sol que penetran entre las ramas. No llamaba a nadie, sabía que pronto algunos vendrían.  

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