AROMA DE CAFE II

Cuando el aroma a café se alza en el aire,
mi olfato despierta y mis sentidos arden,
trayendo ecos de tiempos ya lejanos,
recuerdos de instantes, de días tempranos.

Huelo a mi abuela en la cocina, sencilla,
moliendo achicoria, su paz me maravilla,
con manos firmes, llenas de historia,
que regalaban al día su grata memoria.

Huelo largas horas de estudio y de soledad,
donde el café con su aroma da serenidad.
El tiempo se detiene en esas tardes lejanas,
pero mi mente divaga entre ideas lozanas.

Huelo el amanecer que se cuela sin prisa,
la ducha, el coche, la oficina que avisa,
un ciclo que comienza en la taza de café,
y en cada sorbo, un día nuevo, otra vez.

Huelo a los amigos, a fiesta, a risas,
a charlas eternas donde no hay prisa.
A esos momentos dulces como la miel,
y el café, frío o caliente, un amigo fiel.

Huelo el tacto suave de un libro querido,
sus páginas viejas, su perfume perdido.
Son refugio las historias bellas y amargas,
y el café, testigo de lo que la mente guarda.

Huelo el bullicio que desde la calle entra,
y a través del cristal, la gente se concentra.
Como un cuadro fugaz que nunca se frena,
y a la vez, sigo viendo una vista serena.

Huelo tu mirada envuelta en el amor,
ese instante que brillabas como el sol.
La taza de café, sin tiempo, no se enfría,
como el termómetro de nuestra cercanía.

Huelo la rosa que crece en el patio,
con su color malva, suave y de encanto,
y en su fragancia hay un eco lejano,
 saludando al café que llevo entre las manos.

Quiero volver a paladear el aroma a café
para seguir oliendo su huella, callado,
como un suspiro mágico del viento
que me devuelva al azucarado pasado.

José. Antonio Artés