Destinos y Medialunas

Ivette Urroz

La nada es antropófaga con esa llama crestada e irreal, nacida

en lo longitudinal de verdades inefables de medialunas

ocultas al borde infinitesimal de relámpagos amargos

que buscan emerger en un día neblinoso, saturado de colores,

navegando por los solitarios amores titánicos de lánguidas pupilas

y las sombras más lóbregas del destino ciego.

 

Es quizás una lágrima categórica, oficiosa en su rendición,

que se descompone en una ofuscación nostálgica de

las fieras tempestades. Es un pomelo de luz que irradia

frutos y proyecta cientos de sombras en las grietas del alma.

 

La nada es un mundo sobreabundante de dardos blanquecinos,

de la mente, que se apagan como adormecidos junto al calor

exudado por la vida;

aún sobra espacio, y también símbolos, que revolotean

por los senderos de lenguas muertas.

La nada es la colina del silencio, la trinchera ampulosa, el cáliz del látigo,

donde se inclina la balanza de la sangre y donde todos,

inmersos en ella, nos pesamos ante el mundo.

Ivette Mendoza Fajardo

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