Confessione

Valentin Von Harnicsh

Ella murió.

La maté,

quise acabar con eso,

y aún así ella viva quedó.

Todos me advirtieron,

no escuché por terco

o tal vez por atrevido

y, solita, ella exhaló.

Le vi sangrar lagrimones,

su carne con heridas saladas

sus manos callosas y crudas,

¡Ja! Poca cosa para un noble.

Le vi agonizar con mi nombre en boca,

Con el terror de la misma nada;

y le dejé morir, sedienta de verdad,

seco ese deseo como las pasas.

Ella, en cuerpo, está viva,

y sus restos los está velando otro,

sus deudos son mis amigos,

mi purgatorio a nadie le importa

y sobrevivo a la ruina del Calvario.

¿Y qué hice de ella?

Una difunta buena y absuelta. 

¿Y yo que vengo siendo?

Una mentira sin alma, llena de pena.

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