Nací no para recibir, sino para desbordar.
Para ser vaso que nunca alcanza su llenura,
capaz de amar con una intensidad que abruma,
como quien arroja su esencia en una pira,
sin importar que el humo se disipe
y solo el vacío le quede.
El amor que profeso —ese amor feroz y desmedido—
es de los que llaman al vértigo,
de los que rozan la herejía,
la paradoja de ser carne y fuego en simultáneo,
de ofrecerse en ofrenda perpetua
sin esperanza de retorno.
¿Y acaso hay reciprocidad posible para el alma
que conoce su destino en la dádiva?
Como un río impasible y silente,
entrego mi curso,
me entrego, a sabiendas de que mis aguas
no tienen océano.
Me han dejado con el amor en las manos,
un amor que se endurece en el vacío,
ruinas de una promesa nunca dicha,
una dádiva inerte de alguien que nunca se atrevió
a responder mi hambre.
¿Hay alguien capaz de abrazar la vastedad
de este anhelo autodevorado?
Quizá la condena de los que amamos sin frontera
es la misma que la de las estrellas:
brillar, arder, deshacerse en soledad,
siempre esperando, siempre en tránsito,
como una llamarada destinada a no ser vista.
- Autor: Daniela.Torres ( Offline)
- Publicado: 15 de noviembre de 2024 a las 01:32
- Categoría: Amor
- Lecturas: 47
- Usuarios favoritos de este poema: La Bruja Irreverente, Josué Gutiérrez Jaldin, WandaAngel, JAGC, Mauro Enrique Lopez Z., Jaime Alberto Garzón, Eduardo Rolon, Antonio Pais, Pilar Luna, El Hombre de la Rosa
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