Pesado día…

Me he librado de un amor; mejor dicho, me he librado de la muerte, me hizo el favor, se compadeció que todos los días me rompiera el corazón y se ha largado por mejores rumbos.

Me he librado de mi vecino chismoso, el que dejaba su basura en mi fachada, hacía orinar y cagar en mi puerta a su perro viejo; Del que me maldecía y decía que yo era un pobre diablo -y tenía razón en eso- con su lengua bífida y su boca rancia -supongo- que solo sabía dar besos en el culo...

Me estoy librando de los amigos que no tengo, de los que me esquilmaron, se quedaron con mi casa y se tragaron mi comida -supongo su hambre era mayor que el mío- de los que me quitaron mi trabajo tantas veces, mis libros y mis parientes.

Estoy dejando de lado la hierba, las botellas de licor, los cigarrillos, la resaca agreste y pesada que me hacía caer como un animal herido y torturado.

Me estoy librando poco a poco de mí mismo, de esas ganas de vivir, ignorando a la gente a mi alrededor.

Estoy haciéndole caso a un puto doctor que me ha recomendado una dieta estricta donde no debo comer grasas, carnes, harinas, dulces, no debo beber licor y una larga lista de cosas que tragaba sin darme cuenta.

Me ha recetado pastillas para dormir, para la presión arterial, para bajar la glucosa, el colesterol, el hígado y no sé qué más; Me ha recomendado trabajar menos y dejar las pastillas azules para aligerar al cuerpo maltratado.

Lo peor de todo es que el doctor es un gordo que apenas puede caminar y parece estar más enfermo que yo. ¡Cómo le cuesta subir un piso por la escalera, tanto que prefiere ir por el ascensor! ¡como disfruta de una hamburguesa gigantesca y su gaseosa dentro de su consultorio!

De lo que si estoy seguro es que este doctor va donde otro que le receta lo mismo que a mí.

Quien sabe, quizás a mí me funcione y me mate más rápido de lo que espero.