Un domingo cualquiera

Salvador Galindo

Ante la aurora violeta de un comienzo,

nos situamos expectantes, en el banco de las efemérides.

Compartimos lo profundo y lo trivial,

compartimos lo sobrio y lo trasnochado,

por medio de la antena

que converge nuestras sensaciones.

 

Siguiendo el itinerario que me sugieren esos rostros,

el derrotero de la fulminante mirada:

Las verdes praderas, el desierto florido, la sorpresa

de parejas propensas al licoroso exceso,

a la licuefacción de lo romántico matinal.

 

La cantidad de rodeos y percepciones

encarnizadas en el misterio de la belleza;

la cantidad de días rojos en el calendario;

la cantidad de citas o crímenes en balde;

la cantidad de cupidos derrotados;

la cantidad de sábanas desechables

en la concepción del balcón,

ya no queda mucho por hacer.

 

Y con respecto a la propensión,

algo inconcebible me ha sucedido,

algo con la mitomanía festiva

dentro de una pieza oscura.

 

Desgracias manifiestas

como un motín de inquilino,

como el ladrón del arco iris

comerciando excusas y clemencias

e invocando la luz del meridión.

 

Hasta en las maravillas de cada instante,

se asoman sus formas

¡agitadas pero lúdicas!

 

Ahí en un día, como satélite natural,

ya alumbra, el romboide de la fortuna y la obsesión.

 

Como se ha de homenajear el amor,

si todo lo que se deja mostrar

en la palma de nuestras manos,

son tallos de remotas conciliaciones.

Como se ha de homenajear el amor,

si todo lo que despreocupamos

como algodón en la herida,

es sentimiento vulnerable.

Como se ha de homenajear el amor,

si todo lo que dejamos pasar,

se halla enterrado en nuestro paradigma.

Como se ha de homenajear el amor,

si todo lo que creemos amar, son réplicas inéditas

de nuestro holocausto personal.

 

La cantidad de rodeos y percepciones

encarnizadas en el misterio de la belleza;

la cantidad de días rojos en el calendario;

la cantidad de citas o crímenes en balde;

la cantidad de cupidos derrotados;

la cantidad de sábanas desechables

en la concepción del balcón,

ya no queda mucho por hacer.

 

Ante el ladrón del tesoro del arco iris,

en un domingo cualquiera,

no queda mucho por hacer.

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