EL CONTENIDO

Jean Amador

Convertiste tu vida en un escaparate,

cada suspiro en un producto,

cada lágrima en un hashtag.

No vives; documentas.

No amas; etiquetas.

No respiras; compartes.

 

Tus hijos, si los tienes,

no sabrán el color de tus ojos,

pero conocerán perfectamente

la tonalidad exacta de tu filtro favorito.

Tu pareja,

si aún no huyó,

no buscará consuelo en tus brazos,

sino en el algoritmo

que decide si hoy serás viral o si

mañana rogaras por vistas.

 

Cada risa que compartes

lleva el peso de un guion deliberando.

Cada abrazo robado,

la frialdad de una cámara que nunca parpadea.

Tu madre se cansa de llamar.

Tu mejor amigo ya no insiste en serlo.

Y tú,

con el teléfono en mano,

te preguntas por qué el mundo parece tan lejos

cuando está, literalmente, en tu bolsillo.

 

¿Recuerdas la última vez que viviste algo

sin pensar en cómo se vería desde afuera?

¿La última vez que lloraste sin convertirlo

en un espectáculo de empatía reciclada?

No lo recuerdas,

porque en tu mundo

el momento solo vale

si puede ser observado.

 

La consecuencia no es un feed saturado.

Es la distancia.

Es mirar alrededor en el funeral de tu padre

y darte cuenta de que estás más preocupado

por el encuadre del ataúd en el ojo de la cámara 

que por el vacío de su ausencia.

Es la soledad de una casa llena de pantallas,

cada una reflejando

a una persona que ya no reconoces.

 

Algún día,

el contenido que tanto amas

te consumirá.

No quedará nada por filmar,

nada por compartir,

porque habrás desgastado cada recuerdo,

desmenuzado cada vínculo

hasta que no haya vida,

solo bytes,

etiquetas,

y un último post

que nadie tendrá tiempo de leer.

 

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