En la penumbra suave del tocador,
un reflejo se asoma entre brillos y sombras,
un instante susurrante, un gesto delicado,
la piel pálida, un lienzo que envuelve en asombros.
Pinceles de seda acarician su rostro,
sus labios se dibujan con suaves caricias,
un secreto reposa entre luces y sombras,
en el eco callado de sus propias delicias.
Con dedos largos, como ramas de un sauce,
ella explora la piel que ansía el abrigo,
su aliento se entrelaza con el perfume a flores,
en un baile tierno donde el deseo es testigo.
El espejo la mira, confidente de luna,
testigo silente de un fuego encendido,
cada roce es un verso, cada suspiro, un canto,
un universo que estalla en el placer más perdido.
Las joyas brillan, como estrellas perdidas,
destellos que danzan en la suave armonía,
el toque sutil de sus manos en calma
despierta a la noche en electrizante melodía.
Así, en la penumbra donde el mundo se rinde,
se revela su esencia en un instante divino,
susurros que flotan, eco de lo profundo,
un cuerpo que arde, un alma que danza en la noche.
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