AMOR QUE ARRANCA LA PIEL

Jean Amador

No es que quiera hacer el amor esta noche,

es que quiero que el amor nos haga…

 

Que nos haga y nos deshaga,

como cuando mis dientes que se deslizan por la rugosidad retorcida de tus pezones,

mordiéndolos hasta arrancar alaridos que sangran.

Cómo cuando el botón de tu vida tiembla bajo mi lengua,

y mis uñas se hunden en tus caderas,

reescribiendo en tu piel un poema que solo las yemas de mis dedos saben leer.

 

Y que nos haga, que el amor

nos haga llagas de su propio incendio,

que encienda la crueldad de nuestros cuerpos,

como quien clava un cuchillo en una espalda confiada

o como quien talla gemidos en las paredes de una habitación vacía.

 

Que nos haga soñar con el abismo de los sentidos,

ahogados en el charco de nuestra saliva fermentada,

donde cada mordida en el interior de tus muslos

alimente las llamas que te queman por dentro.

Que los temblores me guíen por la geografía de tus nalgas, 

y en la humedad de tu entrega encuentres el paraíso.

 

Que el roce de mi piel sea un látigo que golpee

las zonas más sensibles del clítoris de tu alma.

El deseo de un verdugo implacable que castiga

las áreas más vulnerables de tu cuello…

 

Y que no haya tregua entre nosotros:

que tus dedos bajen como cuchillas por mi espina dorsal, recolocando cada vértebra en lugar donde las precisa el balanceo de tu cintura.

 

Que tu lengua me devore hasta perder la razón abriéndome al placer con una brutalidad que arda

y que mis gemidos sean la banda sonora

de esta guerra entre dientes y carne,

donde siempre perdiendo la verguenza, la conciencia y el sentido, 

ganamos los dos.

 

Quiero que nos queme hasta el hueso,

que el dolor sea tan sabroso que nuestros receptores gustativos pidan más,

que mis caderas busquen las tuyas con un hambre animal, vegetal y sobrehumana, 

que cada embestida sea una plegaria sin palabras.

Quiero que el amor sea cruel y perfecto,

cómo un dios despiadado que nos mira sangrar de placer,

y que en la violencia de su gloria,

nos abra más y más como un gemido en cámara lenta.

 

Deja que el amor nos consuma esta noche,

que tu carne sea altar y la mía sacrificio,

y en ese instante preciso, devórame como quien reza

pero nunca espera el perdón.

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