El nombre de las cosas

Ricardo D. Branj

El nombre de las cosas

 

   Cómo iba yo a saber de la voluble cualidad de los nombres, si construí el mundo ligado a los signos indisolubles, constantes, quietos, idealizados y sustantivos. Llamé esquina a la esquina, solo un nombre simple, elemental para ese lugar donde las gentes se bifurcan, donde los caminos se entrecruzan, donde el azar y los azahares confluyen junto con los cuerpos, con las almas; donde los fantasmas se atraviesan sin percibirse, percibiéndose apenas, donde chocan los automóviles y los vientos desparejos que se arremolinan levantando papeles y faldas. Llamé margen a los márgenes, pensando siempre en los límites, en los finales, sin poder ver que, desde los márgenes, los contornos, los bordes, siempre pueden verse – o soñarse – las otras orillas, las nuevas orillas, los sinlímites, los sinfines. Di nombres corrientes sin comprobantes, sin comunión, sin compromiso; hice genealogías y generalizaciones, génesis y germinaciones, giros y gestiones de palabras. Todos gélidos, frígidos. Llamé, por ejemplo, lucha al compendio, al breviario, a los apuntes de ideas prototípicas – a mis excusas para no actuar –, a mis fetichismos altruistas, mi vanidad.

Y así, llamé a cada cosa con su nombre, a cada cosa con su homónima representación, con su abstracción representativa.

Pero un día llegas tú. Y caen todos mis castillos de arena.

Sí, tú. Llegas naciéndome como un alba, como un amanecer de verano haciéndose lentamente con frescor, con calma, y me perplejas. Me entra una ignorancia súbita, un desconocimiento de lo percibido, de lo nombrado. ¿Cómo nombrar las cosas después de ti? Cómo decir pájaro, cielo, nube, luz. Cómo decir rosa, perfume, flor, si tú eres la fragancia persistente, tal vez duradera, bella flor. Cómo decir ola, mar, océano, si en tus mismos ojos esa misma fuerza es más arrolladora, más ilimitada, más calma, más tempestuosa. Cómo decir; cómo sentir el viento, si cuando te tengo cerca el suave hálito de tu respiración es la brisa que limpia todas mis tormentas, todos mis sures, mostrándome el límpido cielo de tus ojos, con todas tus estrellas, tus constelaciones.

Ahora voy por las calles tratando de descifrar los nuevos nombres, los verdaderos; soy un nuevo habitante, un nuevo ser desde que tú me habitas, aprendiendo un mundo desconocido

         con hambre de saber, de saberte, de que me sepas

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