Bajo luces doradas

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En un café olvidado, bajo luces doradas,
dos almas se encuentran, sus miradas entrelazadas.
Él, un viajero errante con historias en los ojos,
ella, un susurro suave deshojando sueños rojos.

Sus risas nacieron entre el aroma del café,
las palabras flotaban como un canto de piel.
Un instante fugaz, un destello profundo,
sus corazones latían, vibrando en el mundo.

La chispa de un encuentro, un fuego tan divino,
las manos se rozaron, un roce de destino;
promesas desvanecidas, secretos compartidos,
un universo breve en un instante perdido.

Pero el destino, cruel, tejió su propia trama,
un giro del reloj, una voz que se apaga.
La risa se extinguió como una sombra herida,
y el café, testigo mudo, guardó la dulce despedida.

Nunca más se encontraron; cada uno, su sendero,
cargando en sus pechos aquel chispazo sincero.
En la soledad de noches repletas de anhelos,
la memoria revivía aquellos candentes destellos.

Él miraba las estrellas, buscando una señal,
mientras su corazón, en el duelo, se hacía mal.
Ella, en la penumbra, cerrando sus ojos,
susurraba su nombre entre sombras y antojos.

Así quedó el suspiro en el viento errante,
un eco en el silencio, un amor anhelante.
La vida siguió su curso, distante e implacable,
pero el fuego del instante brilló en lo inasible.

Y aunque nunca se toquen, ni vuelvan a mirar,
la chispa atesorada jamás dejará de brillar.
Allí, en el rincón del alma, la ilusión perduró,
un amor que se apaga, pero nunca se apagó.

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