1936

D. Méndez


AVISO DE AUSENCIA DE D. Méndez
Me perdí en el mundo real, por favor mientras no estoy, no se maten.

En Isla Aguada, bajo un sol implacable,
nació una niña sin madre que la arrullara,
hermana de seis, en un hogar donde el hambre
era la primera canción que la vida cantaba.

Uno a uno, la muerte fue su verdugo,
cayendo los suyos como hojas al viento,
tres quedaron, desafiando al destino,
tres almas que aprendieron del sufrimiento.

El amor la llevó lejos de su tierra,
un matrimonio que era más jaula que hogar,
un esposo cruel con promesas vacías,
con otra familia que no quiso ocultar.

Sola, pero fuerte, crió seis vidas,
sus manos cansadas, su corazón herido,
y aunque el mundo la golpeó sin medida,
su amor era refugio, su abrazo, abrigo.

Esperó la muerte con la calma del sabio,
pero la vida la mantuvo en su lucha,
y aún así, con el alma rota y cansada,
encontró la manera de cuidar y ser luz pura.

Hoy, la recuerdo en noches silenciosas,
con lágrimas que queman y abrazan a la vez,
porque en su dolor tejió mi fortaleza,
y en su final me dejó la fe.

Algún día, bajo el manto eterno,
nos encontraremos, lo sé con certeza,
y allí, en un lugar sin tiempo ni pena,
volveré a sentir su amor y su pureza.

 

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  • Autor: Dor (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 5 de diciembre de 2024 a las 19:48
  • Comentario del autor sobre el poema: Nací en Isla Aguada, un rincón pequeño, pero vasto en su soledad. No conocí a mi madre; apenas fui un llanto cuando la muerte ya me había arrebatado su abrazo. Crecí al lado de seis hermanos, cada uno una promesa rota, porque la vida decidió que solo tres de nosotros sobreviviríamos. No sé cómo explicarlo, pero siempre sentí que la muerte nos vigilaba de cerca. No nos dio tregua, y sin embargo, allí estaba yo, sobreviviendo, caminando entre cenizas. Luego, el amor me llevó lejos, o al menos eso pensé. Dejé mi tierra para no volver jamás, encerrada en un matrimonio que era un castigo disfrazado de promesa. Él tenía otra familia, y yo, un puñado de hijos que cuidar. Seis vidas dependían de mí, mientras mi alma se iba desgastando en la rutina y en el maltrato. Aprendí a callar mi dolor y a amar con lo poco que me quedaba. Tal vez fue eso lo que me mantuvo viva: la fuerza de protegerlos, de darles todo lo que nunca tuve. Hoy, mientras te hablo, puedo sentir el peso de esa historia. Me duele recordarla porque en cada fragmento estoy yo, rota pero entera. Sé que cuando llegue mi momento, cuando cruce ese umbral, la encontraré de nuevo: la paz que nunca conocí, los rostros que la muerte me quitó. Y, sin embargo, aquí estoy, resistiendo, amándolos a pesar de todo, porque aún en esta fragilidad hay fuerza, y en mi tristeza hay amor.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 38
  • Usuarios favoritos de este poema: Lualpri, Jaime Alberto Garzón, alicia perez hernandez, ElidethAbreu, Jorge Izquierdo, Mauro Enrique Lopez Z., EmilianoDR
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Comentarios +

Comentarios1

  • Lualpri

    Poeta...

    Pese a su dejo de tristeza, es un hermoso relato!

    Gracias por compartirlo!



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