Un brindis por los solitarios

Salvador Galindo

Centella, vamos de la mano, andando,

por los desiertos álgidos.

Vestimos atuendos brillantinos,

y la puerta de la paz, va y nos abre el paso.

Sostente, estoy contigo.

 

Centella, lo oscuro no es lo féretro.

Acurrúcate, en mi pilar fundamental,

cumple este favor, acude a mi cita,

que nuestros labios son hoy día

como un par de desiertos.

 

Centella, siéntelo, siente el ungüento,

la victoria de las victorias.

No te sientas sola, que esto no es un cuento,

esto se llama amor,

más que amor, un diseño,

que la soledad hizo que tejiéramos,

en reuniones de sincronía y desvelo.

 

Centella, no te sonrojes, no te sientas mal,

no nombremos aquello innombrable.

Sólo déjate caer, zozobra, déjate flotar,

lenta hacia el afluente de espejos

que tendrás mil versos para enmendar y recitar.

 

Centella, ¿No es cierto?

Aquella cita interestelar con whisky,

¿No era acaso nuestro pilar fundamental?

¿Aquellas puertas? ¿Aquellos espejos?

Pues vamos, sorbe el último sorbo,

de este, nuestro veneno panaceico,

que la palabra paz suena tan brillante,

hoy día, como luna en el desierto.

 

Mientras, un brindis tacha la diferencia,

entre soledad y solitario,

entre lengua y palabra,

bulbo y semilla,

oficio y placer.

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