Al padre José Manuel Miranda Azpiroz)
Misionero,
creciste en Añezcar,
bajo la paciencia de tiempo
y la sierra azul de Pamplona.
Tus días pasaron despacio,
como pasa el río
por las piedras milenarias.
Allí aprendiste a mirar,
no con los ojos,
sino con el alma abierta,
y tu corazón creció
como crecen los campos,
sin prisa, pero sin pausa.
Y cuando Dios te nombró,
partiste y viniste al sur,
al sol desnudo de la pampa,
al aire que quema la boca,
al polvo que cubre los pies
de los hombres pobres.
Aquí no hay caminos rectos,
solo huellas torcidas,
sendas de arena
que el viento deshace al pasar.
Pero tú,
hombre de paso firme,
no temiste al polvo ni a la sed.
Fuiste de los que andan sin desvío,
de los que van donde hay que ir,
donde aquellos que con ansias,
esperan una palabra o un abrazo.
Tus manos,
esas manos de hombre bueno,
no tejieron oro ni sueños,
pero dejaron trozos de pan
en el camino de los descalzos.
No sembraste trigo,
pero sembraste justicia.
Los jornaleros,
los hombres de lampa y sudor,
los niños de cara sucia,
las madres de ojos cansados,
todos, te llamaron hermano.
Y ahora
que España te llevó de vuelta,
y Añezcar tu pueblo
te abre los brazos,de nuevo
aquí, en este sur que nunca calla,
se siente tu ausencia
como la ausencia del árbol
que deja su hueco en la tierra.
Aquí quedas, misionero,
en la tarde roja
que baja sobre los cerros,
en el silencio del que espera,
en el grito digno del que no calla
defendiendo sus derechos.
Se han ido tus pasos,
pero no tu camino,
porque el polvo que cubre la senda
no olvida la forma de tu huella,
porque el hombre que siembra justicia, nunca se va del todo.
- Autor: Gusechag (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 22 de diciembre de 2024 a las 14:59
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 8
- Usuarios favoritos de este poema: Fabio Robles, Mauro Enrique Lopez Z.
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