Misionero

Gustavo Echegaray

Al padre José Manuel Miranda Azpiroz)

 

Misionero,

creciste en Añezcar,

bajo la paciencia de tiempo

y la sierra azul de Pamplona.

Tus días pasaron despacio,

como pasa el río

por las piedras milenarias.

Allí aprendiste a mirar,

no con los ojos,

sino con el alma abierta,

y tu corazón creció

como crecen los campos,

sin prisa, pero sin pausa.

 

Y cuando Dios te nombró,

partiste y viniste al sur,

al sol desnudo de la pampa,

al aire que quema la boca,

al polvo que cubre los pies

de los hombres pobres.

 

Aquí  no hay caminos rectos,

solo huellas torcidas,

sendas de arena

que el viento deshace al pasar.

Pero tú,

hombre de paso firme,

no temiste al polvo ni a la sed.

Fuiste de los que andan sin desvío,

de los que van donde hay que ir,

donde  aquellos  que con ansias,

esperan una palabra o un abrazo.

 

Tus manos,

esas manos de hombre bueno,

no tejieron oro ni sueños,

pero dejaron trozos de pan

en el camino de los descalzos.

No sembraste trigo,

pero sembraste justicia.

 

Los jornaleros,

los hombres de lampa y sudor,

los niños de cara sucia,

las madres de ojos cansados,

todos, te llamaron hermano.

 

Y ahora

que España te llevó de vuelta,

y Añezcar tu pueblo

te abre los brazos,de nuevo

aquí, en este sur que nunca calla,

se siente tu ausencia

como la ausencia del árbol

que deja su hueco en la tierra.

 

Aquí quedas, misionero,

en la tarde roja

que baja sobre los cerros,

en el silencio del que espera,

en el grito digno del que no calla

defendiendo sus derechos.

 

Se han ido tus pasos,

pero no tu camino,

porque el polvo que cubre la senda

no olvida  la forma de tu huella,

porque el hombre que siembra justicia, nunca se va del todo.

 

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