El último suspiro del silencio

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La muñeca posa en el pedestal

Vestida con un hermoso atuendo jovial.

 

Sus largas cabelleras son carmesíes,

Resuenan en el escaparate, ocultando bajo su máscara ambigua de marfil las sonrisas infelices.

 

Su indumentaria fúnebre,

Las gentes la veían demasiado lúgubre.

 

Los niños al verla gritaban,

Los creyentes, al clavar su mirada como una estaca en su corazón, solo rezaban.

 

Sus lágrimas de charol brillan desesperantes,

Se le desgarra el alma de tantas maldades.

 

Su tez pálida resuena en los ecos de la noche,

Como una luna muerta que en silencio se esconde.

 

Un buen día la muñeca se cae de su altar de lirios risueños.

Ya no hay tez pálida, ya no hay cabelleras carmesíes, ya no hay vestido fúnebre.

Solo quedan restos de sueños perdidos en el eco etéreo.

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