EL VESTIDO BLANCO DE TU SONRISA

José Luis Galarza

 

 

Estará aquí la resonancia de cascabeles,

el abrazo que alivia,

tu mano sobre mi cuerpo en el reposo.

 

Un campo está en la apertura de la risa, 

insinúa que no puede irse

y mi cuerpo sueña con la danza.

 

Tenés la gracia predispuesta

de los besos que despiertan el deseo

de no saber nada de lo que sucede.

 

Una simple palabra que roba

a las circunstancias la forma.

 

Tiene la palabra niña el sol amplio

que tu infancia preserva, 

un campo con perfumes silvestres de la siesta 

y el jugo dulce de las frutas.

 

Puedo sumarme a este espacio

y recorrerte con el sol que me crece

a medida que me interno 

en esta danza.

 

La palabra es el campo,

descompone la esencia de la irrupción

que le da vida.

 

La sonoridad que recupera me sorprende

porque a veces parece tan delgada

e insignificante la palabra formal 

y viniste así 

encadenando la sorpresa 

abierta en tu mirada 

y en el rostro que no pierde nada 

de lo que sucede.

 

El tiempo no puede perderte,

que no puede perderse cuando es lanzada

como sapito por la superficie de una jornada.

 

Y encendida la crudeza, el desnudo

corta el tiempo y le susurras al viento 

y dejas en mi hogar la dicha

que nadie puede reemplazar.

 

Uso la alegría de tus palabras, 

tu sonrisa abierta en mi vida

y entonces puedo contar contigo, 

sé que retienes un aura 

pese al dolor, puedes entender

que esta conciencia de que en el aire

arremolina la experiencia

renueva la intensidad,

el tiempo retoma las agujas 

palpitando que no falta nada.

 

Nuestro hijo tiene la certeza 

de que hasta este punto tiene todo

la forma de una madre. 

La pérdida de los motivos 

que puedan resultar dolorosos,

hasta este punto tiene 

la forma de una madre.

 

Tienes a mano esta metáfora

que se abre tan inmensa, 

inamovible en el rostro. 

 

Siempre fue así, 

oyendo burbujas que revientan cerca

y el murmullo queda prendido a la piel.

 

Cuando escuchas con esta espera

no quieres desprenderte.

Las palabras permanecen en una canción,

en la libertad esparcidas 

con la gracia de las burbujas.

Aunque parezcan lágrimas,

es la incontenible sensación 

que remueve un espacio,

apuntala la atmósfera para los tres.

 

El concierto reúne todos los tonos,

los juegos retienen el néctar de los días

y es la sustancia de la que nos construimos.

 

Es que también te invade la tristeza

y te encuentro entre sus brazos ahora.

 

Ahora es su risa y la mía, 

ahora la fuerza está en su cuerpo, 

que no cae tampoco ahora.

Ahora y nunca, porque ahora entiende.

 

Entiende

como lo entendí 

cuando noté que algo ocurría

en silencio, con nuestro amor.

 

Entiende

cómo el tiempo lo puso en el lugar 

que tu amor estuvo pensando.

 

Es que empiezas a entender y lo comprendo

cuando se engarzan las piezas 

temblando en la intemperie de las personas.

 

Puedes llorar, y lloro en la orilla.

Contemplo el gran lamento desde la orilla.

La música está cruzando las laderas.

 

Él no necesita que le digas qué estás escuchando,

él está temblando también 

frente a las teclas del piano

porque en alguna parte está nevando.

El frío intenso helando los dedos 

no los deja sin movimiento, 

Estamos en el sendero impredecible, 

en la dirección que ambos nos convertimos.

 

En ese culto,

con un lenguaje que nos sale,

con lentitud y pausas 

nos embarcamos anhelando

que se engarcen los sonidos, 

el campo y la libertad.

 

Está en tu boca, en los espejos,

en las manos, el sol que nos acompaña.

La emoción es un libro intraducible 

que sucede en cuestión de segundos 

con el blanco radiante 

de la sonrisa que viste tu rostro.

 

José Luis Galarza ( Argentina, 2019)

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