Ahí van, sí, ahí van por las calles, los que caminan con la piel expuesta, los que no temen la mirada ajena. Nadie les pregunta nada, pero todos se lo preguntan: ¿Por qué? ¿Por qué caminan como si el aire fuera suyo, como si el sol no les quemara, como si el frío no pudiese arrugarles la piel? Y no llevan nada, no llevan más que su cuerpo, esa carne que se les pega a los huesos, que se alza y cae como un estandarte. Esos que van desnudos. Desnudos de ropas, desnudos de fachada, desnudos de esas mentiras que nos enseñan a llevar.
Y claro, los miran. Los miran con esos ojos llenos de juicio, esos ojos que se asombran, que no entienden. Los señalan, los llaman locos, los etiquetan con palabras que sirven para acallar la incomodidad, para justificar el miedo de ser como ellos. Pero nadie entiende, nadie sabe que no es su cuerpo lo que realmente enseñan. Lo que muestran, lo que expone cada paso, cada respiración, cada mirada hacia el frente, es mucho más profundo que la piel. Es su alma, desnuda, sin los ropajes de la corrección, sin la máscara de lo esperado. No se esconden detrás de la ropa, ni de las palabras. No esconden lo que son. Y por eso, los miran como si fueran monstruos. Pero no, no son monstruos. Son simplemente humanos.
Ahí van, tal cual se les da la gana. Los que se niegan a cubrirse, los que no buscan esconder su alma bajo capas de material. Ellos no tienen miedo a mostrarse, no tienen miedo a que el viento acaricie sus cicatrices, a que el sol revele sus marcas, a que la gente vea lo que no pueden ver con los ojos. Y ahí van, dejando que todo se vea: la fragilidad de su ser, la fortaleza que esconde la vulnerabilidad, el amor que no se oculta, el miedo que no se disfraza. Y sí, el cuerpo desnudo, esa piel tan frágil, tan sencilla, que no engaña, que no oculta, que no miente.
Pero es más que eso. Porque cuando te quitas todo, cuando no queda nada que cubrir, todo lo que queda es el alma. Y el alma, cuando es completamente libre, cuando ya no tiene miedo de mostrarse, no tiene miedo de los juicios, de las risas, de los señalamientos. Porque el alma, desnuda de todo lo que lo cubre, es pura. Y tal vez, esa es la verdadera locura.
Ahí van, los que caminan como si pudieran tocarnos, como si pudieran desnudarnos también. Y algunos, tal vez, nunca lo entenderán. Pero los que lo entienden, los que se atreven a mirarlos por dentro, saben que la verdadera desnudez no es la del cuerpo, sino la del alma. Y tal vez, solo tal vez, al mirarlos, somos capaces de vernos a nosotros mismos.
Austin Mora Badilla
- Autor: Austin Mora ( Offline)
- Publicado: 27 de diciembre de 2024 a las 18:32
- Categoría: Reflexión
- Lecturas: 15
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z., ElidethAbreu, EmilianoDR
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